MECHITA EN EL CORAZÓN



La obra de Juan Doffo está atravesada por su pueblo, Mechita, de 2.000 habitantes. El domingo inauguró allí un sueño compartido con la gente que quiere.


FLAMANTE. Así lucía el museo antes de llenarse de público.

Por MARINA OYBIN

Una fiesta inolvidable, emocionante. Eso fue Mechita el domingo pasado cuando se inauguró el Museo de Artes Visuales (MAV). Fue el encuentro del año: a puro entusiasmo, cientos de artistas, galeristas, críticos, directores de museos y periodistas se dieron cita en el pueblo de menos de dos mil habitantes, a 200 km. de Buenos Aires.
Cada artista fue tocado por el lugar en el mundo de Doffo. Ahí, donde sus obras con fuego fueron ceremonias compartidas con el pueblo; donde, con riesgo, se animó a fotografiarse entre las llamas o a subirse a una avioneta para capturar imágenes que luego se transformaron en materia prima de sus trabajos. En esa pampa despojada, surge mucho de esa idea que lo desvela: el vínculo entre naturaleza y cultura, lo infinito y lo terreno. Mechita es para Doffo un lugar simbólico y, al mismo tiempo, real. En esa alquimia, su pueblo deviene espacio irreal, donde habitan catedrales, construcciones perfectas y abovedadas, horizontes de fuego.
La idea de hacer el museo comenzó en 2006. No se trató de simples donaciones de obra: fue pura experiencia compartida. El primero en viajar fue el escultor Hernán Dompé, que, como homenaje a la historia del pueblo, hizo una obra totémica con rezagos de piezas ferroviarias. A partir de ese momento, Doffo invitó a más de cuarenta artistas. En grupos que unían a los amigos, compartieron estadía en su casa, hablaron, caminaron, lloraron, rieron. Crearon. Se sumergieron en el pueblo y desataron obras inspiradas en él. Hay pinturas, fotografías, esculturas, objetos y videos. Marcelo Bordese y Miguel Ronsino pasaron con Doffo una noche en el cementerio de Mechita. Iluminados con velas y leyendo poemas, surgieron las obras expuestas: el gran lienzo de Bordese condensa sin fisuras su singular sello perturbador. Otros partieron de la inmigración, la noche mechitense, la naturaleza. El pueblo en todas sus dimensiones está en la bella foto de Leonel Luna, en la visión cósmica de Ernesto Pesce, en el dramatismo de Torretta, y en la melancolía de Juan Andrés Videla.
Los videos de Alejandro Cantor y Martín Groisman, y los trabajos de Patricio Larrambebere, Omar Panosetti y Gabriel Sainz, entre otros, pusieron el foco en el ferrocarril. Es que Mechita –que lleva su nombre en honor a Mercedes, nieta del presidente Manuel Quintana, que donó parte de su campo para la construcción de talleres ferroviarios, depósitos de vagones y un playón de maniobras– creció a la par del ferrocarril. Pero, con el menemismo de los 90, el tren y el barrio de casitas inglesas donde vivieron trabajadores ferroviarios devino postal. El tren quedó diezmado y el pueblo también.
Antes de la inauguración, para los que llegamos de la city, hubo asado multitudinario entre los nísperos y cerezos del parque soñado de la casa de Doffo. Y ya a la tarde, la gente del pueblo esperaba en la puerta del museo, a dos cuadras. Eran tantos que ocupaban toda la calle. Por el momento, sólo se veía una obra con un cartel con la leyenda: “El arte es transformador”, y en lo alto una flecha apuntaba juguetona al gran transformador eléctrico en la entrada del MAV. Hubo protocolar corte de cinta, palabras del ex intendente y del actual, y, claro, de Doffo, que con voz entrecortada recordó que la crisis ferroviaria golpeó el orgullo del pueblo. “Hoy los habitantes de la zona están ávidos por acercarse al arte”, agregó. Y les dedicó la inauguración “a los artistas, todos enormes, que colaboraron”. Aplausos y cántico maradoniano a coro: “Doffo, Doffo”. Un clima bien singular, de mucha emoción, que no es frecuente en una inauguración de este tipo. No hay dudas: Doffo es muy querido en el mundillo del arte y en su pueblo. Después, una multitud copó el museo. Al anochecer, la gente seguía llegando. Usted imagina lo que es levantar un museo de arte contemporáneo en los pagos donde el diablo perdió el poncho. Ahí, donde el urbanita con ansias de sosiego encuentra silencio inagotable, que al tiempo deviene angustiante. ¿Qué significa el MAV para Mechita? ¿Qué significa poner blanco sobre negro el pasado y el presente de un pueblo a puro arte? Y para los artistas, ¿qué impacto tiene que Doffo los haya sumado a su obra más conmovedora y –uno se anima a pensar– más importante? O mejor aún: que haya pensado en trabajos que surjan al compartir su casa, su pueblo de calles de tierra y sonidos ausentes. Su refugio. Hay, para empezar, mucha generosidad.
Además del puro placer que provoca, acaso no haya razones para dar sin regatear. Quizá tampoco las haya para que ese día en Mechita quede en la retina y en el corazón. Es magia. O alquimia.

Fuente: Revista Ñ Clarín


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