AL ESTILO DE LUIS F. BENEDIT



Paciente laberinto de líneas

Luis F. Benedit - Foto Emma Livingston




Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara” La cita de Borges la trae Benedit, sentado en el escritorio de su pied à terre porteño en una tarde de otoño. La resume, todavía más breve de lo que es, cuando la conversación versa cuestiones de periodización de su obra: “Yo cambio mucho. Cada varios años cambio, lo cual tácticamente no es bueno, porque uno no llega a ser reconocible con una determinada imagen. Pero creo que en el fondo, siempre hacés lo mismo aunque físicamente los objetos o cuadros sean distintos. Como el cuento de Borges de ese señor que se dedica a dibujar el mundo, y al final de su vida, mira y ha dibujado su cara. Yo creo que, en el fondo, uno está atrás de una sola idea”. Muy de Benedit huirle a los compartimentos estancos de las etapas estéticas, la parafernalia retórica de la crítica y los ismos (“hay todo un blabla que no me interesa”, dirá más adelante en relación con otra cosa). Por otra parte, el atajo resulta doblemente lúcido, puesto que Borges utiliza el microrrelato en el Epílogo de El Hacedor, para ejemplificar que se trata del más personal de sus libros. Después de todo, ya el artista ha sido largamente analizado. Se lo ha definido como un fuerte exponente del arte conceptual. Se ha explicado que su obra transitó varias etapas que –resumidas– podrían enunciarse como cierta versión propia del Por Art en pinturas sumamente personales de los ´60; experiencias biológicas y físico-químicas con las que buscó realizar un análisis de las costumbres individuales y colectivas del hombre contemporáneo; otra serie, ya a comienzos de los ´70, con el foco puesto en la tensión entre lo natural y lo artificial en el medio campestre; una indagación pictórica en algunos temas de la cultura de masas y lo infantil; y finalmente, a partir de mediados de los ´80, una reflexión en torno de la propia identidad cultural –período del que la exposición Circular Nº 1, realizada en 2002 en la galería Daniel Maman, resultó una síntesis brillante–. Si hubiera que decir cuál es el tema, la imagen de su cara en la metáfora borgiana, quizás habría que centrarse en esta última etapa (aunque con prefiguraciones en las anteriores) y a las preocupaciones en torno de la identidad cultural: “Creo que uno es hijo o víctima de sus circunstancias; me interesan las identidades regionales, más que nacionales, con resonancia universal. En general todo es global, pero de alguna forma reconocible en algo geográfico. Me pasó en Australia que quise ver artistas australianos y pensé que eran alemanes”. Lo cual, no hace falta aclararlo, resultó en una decepción. “Más que con tradiciones culturales –explicará luego– creo que he trabajado sobre sucesos y personajes que para mí son hechos políticos en el sentido amplio de la palabra. El primer alambrado marca el paso de una Argentina acultural, silvestre, a una cultural. El primer toro que se trae acá, es cuando empiezan a pensar una vaca como una máquina de carne. Yo hice una obra sobre eso que está en Rotterdam, en Lever. He hecho muchas obras sobre cuchillos, también los he diseñado, y si tuviera que elegir una cosa, un solo objeto que represente la “argentinidad” (las comillas son suyas), sería ése, un cuchillo. ¿Violento? Por supuesto, este país lo ha sido siempre”. Alambrados, cuchillos… pero también boleadoras, botas de trabajo, el gaucho, huesos de animales: de entre todo el universo disponible como punto de partida, Luis Benedit ha perseverado en elegir un puñado de elementos y figuras, para manipularlos o simplemente señalarlos. Pero lo ha hecho descreyendo de las interpretaciones, los homenajes y la nostalgia: “Cuando yo hacía esas cosas, era como devolverle una honorabilidad a esos objetos. Era un rescate de la nada. El solo hecho de tomarlos y ponerlos en una galería, en un museo, ya es indicativo. Les das una lectura nueva y pasan a ser otra cosa”. Interesante definición del quehacer artístico. La imagen y el contextoEl enorme peso del repertorio campestre dentro de las tradiciones nacionales no se le oculta a nadie. En el caso de Benedit, se ve además alimentado por una fuerte presencia de lo rural en su biografía. El campo es el paisaje de su niñez. Los veranos en la estancia familiar en Entre Ríos, una enorme extensión de tierra que daba al Paraná, un lugar de una rusticidad tan primitiva como genuina, marcó a fuego su experiencia del mundo. Sus recuerdos más íntimos datan de aquel escenario (ver Anecdotario). “Siempre me ha interesado más la fenomenología del interior y lo rural, que lo urbano. Siempre que he vivido afuera, si pensaba en la Argentina pensaba en el campo, no en la ciudad”, asegura. Continuando con lo nacional, los efectos por la pertenencia a un pueblo o territorio, no se agotan en los temas. También determinan condiciones de posibilidad… o de imposibilidad. “Los artistas de la región no tenemos la capacidad mental para imaginarnos el volumen y la complejidad de una obra que puede sí pensar un norteamericano. No es que no puedas hacerlo, no podés pensarlo”, afirma convencido. “Suponete que alguien acá piensa una obra muy importante, muy compleja; y que consigue el financiamiento que necesita y la puede hacer. Después, ¿qué hace con ella, empezando por que no tiene dónde ponerla?, y ¿a quién se la vende? Yo tenía un amigo artista y músico, tartamudo… que me decía Nnnno me hacen mmmmi obra. ¿Y por qué no te la hacen? Nno, mmmuy difícil. ¿Pero cuál es el problema, el cantante, el coro? El coro. ¡Pero acá hay buenos coros! Y me dice, no, sssson tres mil personas. ¡Ah bueno vos también…!”. En este contexto de limitaciones, no ha sido menor el rol de Benedit en relación con las nuevas generaciones. El no haber sido un clásico docente de taller abierto, lo hace minimizar la cuestión: “No me siento con autoridad moral para enseñarle nada a nadie. No soy de esos artistas que tienen muchos alumnos; son vocaciones, y claramente yo no la tengo”. Sin embargo, ha hecho aportes, quizá el más tangible su participación en el llamado Taller de Barracas, una iniciativa de la Fundación Antorchas que duró varios años y que posibilitó que quienes obtenían la beca, siguieran una especie de tutoría con Benedit y Pablo Suárez. Sin abandonar su escepticismo, él guarda un grato recuerdo de aquella experiencia: “No me arrepiento, nos divertíamos en el taller con Pablo, y sobre todo siento que saldé una deuda haciendo algo por la gente joven”. Autodidacta, él no conoció la misma oportunidad: “Antes te decía que en realidad uno está atrás de una sola idea, pero lo que te puede suceder es estar de una idea mala. Eso es lo que decía Octavio Paz, hemos estado demasiado tiempo atrás de malas ideas. Por eso una cosa que me impulsó a participar de lo de Barracas, fue que cuando era chico yo no tuve alguien que me dijera ésta es la buena idea. A un artista joven en general se le ocurren muchas cosas, lo difícil es saber cuál es la buena. Aparecen chicos de lo más contentos con algo, y les decís, mirá, esto lo hizo fulano hace veinte años, y lo hizo muy bien. O pasan al lado de cosas buenas y las descartan. Es ahí donde creo que estas cosas sirven. Una lástima que no siguiera el taller ése”.El diploma olvidadoLuis F. Benedit, o Tatato, como se lo conoce, pertenece a ese grupo de individuos que, habiendo tenido una vocación artística temprana, hicieron la carrera de arquitectura. Es llamativa la cantidad de ejemplares (sobre todo de su generación) que dieron el mismo rodeo. “Eso pasa acá, no sucede en otras partes del mundo”, reflexiona el interesado. Es claro que, en determinado momento de la historia y de nuestra sociedad, el arte no era una opción; y la arquitectura, que sí lo era, se le acercaba lo suficiente. No todos siguieron el mismo camino; Jacques Bedel y Clorindo Testa, con trayectorias parecidas y considerados por Tatato como amigos, alternaron ambas facetas o incluso quizá alcanzaron mayor reconocimiento como arquitectos. En cambio en Benedit el artista tuvo mucho más espacio que el profesional de la arquitectura. “Si voy por la calle y me dicen adiós arquitecto, sigo caminando; no me reconozco”. Sin embargo, hizo varias obras, la última de escala considerable, el Banco Morgan (Corrientes y 25 de Mayo). También proyectó varias viviendas particulares –alguna consignada por D&D–. Pero si hubo una casa a la que se dedicó con esmero, es la propia, en tierras de San Antonio de Areco, donde intenta pasar la mayor cantidad de tiempo posible. “¿Rancho criollo?”, se le pregunta. “No, bruta estancia”, revela con su gráfica concisión. El campo es el lugar de la creación, un sitio donde además Benedit puede desarrollar a piacere la menos conocida de sus pasiones: el diseño paisajístico, una disciplina que pudo aprender de manos de un gran maestro (Francesco Fariello), cuando hace toda una vida obtuvo una beca para estudiar en Italia y se sumergió en la “fenomenología de los jardines, desde Babilonia para acá; un gran arte perdido que pude descubrir y que me marcó mucho”. Volviendo a Areco: “Ahí no suena el teléfono, no me invitan a comidas… es donde realmente trabajo”, relata con añoranza desde el departamento que lo aloja en sus fatigosas estadías urbanas. Más allá de que su presencia en la ciudad lógicamente es parte de su trabajo –o por lo menos de lo que le permite vivir de su tarea artística– el lugar no está nada mal. En rigor son dos departamentos contiguos convertidos en uno solo, en plena city porteña, en un edificio de la arquitectura más noble, con alturas generosas y materiales de gran calidad. A mano de todos sus recorridos habituales, con un módico taller, una especie de oficina, el escritorio donde transcurre el encuentro, un estar y un dormitorio, Benedit no pide más. El clima interior, por otra parte, es sumamente personal y agradable: está ambientado a imagen y semejanza de la estética y las necesidades de su morador, plagado de obras propias y de algunas de amigos, de muebles y objetos también de diseño propio sumados a piezas contemporáneas, algún recuerdo de familia y varios toques de humor. Benedit asocia su formación arquitectónica con su tendencia hacia lo conceptual: “Siempre me preguntan si uno pone cosas de una en otra y viceversa, y no es eso. Lo que pasa es que la disciplina te da una forma de pensar distinta, tenés una cabeza proyectual; estás acostumbrado a una cantidad de variables al mismo tiempo, te imaginás la obra antes de hacerla. No tiene nada que ver con un artista expresionista que tiene una tela en blanco, un pomo de colorado y pinta a ver qué sale. En el artista “tradicional”, la obra tiene un devenir mientras se hace. En un artista conceptual, la obra está hecha en la cabeza antes de realizarla; corporeizarla es un paso nada más. La idea precede totalmente a la ejecución. Hay infinidad de artistas después de los 70 que mandan a hacer la obra, lo cual no les quita ningún mérito. Está afuera de sus manos”. Nacido en el año 1937 y recibido en el ´63, la que aprendió en Buenos Aires fue, ya, una arquitectura netamente moderna. Estos lineamientos fueron a superponerse a su afición natural por la “la arquitectura popular, la arquitectura sin arquitectos”. Benedit recuerda que a poco de terminar la facultad, se fue a vivir a España, donde pudo comprobar que lo que ahí se enseñaba era “antidiluviano, con temas como el pabellón en el parque y esas cosas”. Como sea, en Europa vio con sus propios ojos todo lo aprendido y, de todo lo recorrido, fue el Barroco lo que más le interesó. Más acá en el tiempo, “siempre me han gustado el Art Déco y el Racionalismo”.¿Benedit bis, entonces? No: la expresión le cabe a la boutique de Rosa y Juana – talentosas diseñadoras de indumentaria, las únicas mujeres entre los cinco hijos que tuvo–. Pero no a él, en quien no conviven dos sino tres: al Benedit artista y arquitecto se suma otro, el diseñador. Más allá del juego de palabras, así como todos los temas son el mismo, todas las actividades son una sola también. ¿Quién podría afirmar que en la creación de una mesa hecha de huesos pulidos a punto marfil intervino el diseñador y no el artista? Un interrogante que es aplicable a la totalidad de su obra vasta y multifacética.Lo cierto es que el rol de diseñador ocupa cada vez más tiempo entre sus actividades, y, en paralelo, el espectador de diseño le va ganando terreno al de arte. “Si vos me preguntás ahora qué es lo que más me excita ver, son cosas de diseño (estoy medio harto del arte contemporáneo). Hace años ya que el mundo se está estetizando. Oíme, un frutero en Columbus Circus de Nueva York tiene un señor que viene a la mañana y le ordena las manzanas y las naranjas. Y debe tenerlo, porque el de la otra cuadra lo tiene también”, manifiesta en uno de sus pragmáticos ejemplos. Desde cómodas con siluetas de gauchos en una especie de marquetería transcultural hasta impecables sets de cuchillos, es variado el repertorio de elementos que el autor diseña y manda producir.“Harto” y todo como se proclama, Benedit trabaja en la preparación de una gran muestra individual que tendrá lugar en el Malba entre fines de este año y principios del próximo, y el proyecto lo entusiasma en serio. En lo inmediato sucede lo mismo: se lo nota ilusionado con el camino que fue tomando la obra que presentará en arteBA 2008: “Voy a estar con la galería Wussmann en el Open Space. En realidad es una obra que estoy haciendo para el Eco Center de Puerto Madryn, de impronta ecológica, titulada Captura incidental, sobre la pesca no selectiva. Es un delfín de tamaño natural en fiber-glass y huesos. A través de un corte se va a ver todo el esqueleto, la columna vertebral de un delfín real, con unas luces arriba”, detalla. La descripción promete espectacularidad. ¿Bisagra hacia otro momento de su obra? Quizá simplemente otro pliegue en ese paciente laberinto de líneas que se repite, consistente, desde hace casi cincuenta años. Ya lo decidirá la posteridad, que sin lugar a duda reservará para sus colores vibrantes, sus trazos (que sí son reconocibles) y sus huesos con rótulos de neón, un lugar destacadísimo en el anaquel del arte contemporáneo argentino. Anecdotario“Una vez mamá me explicó cómo ponías una semilla, y como salía la planta, en un jardín, y daba flores, y yo agarré un reloj de papá y lo enterré, pensé que iba a salir un arbolito de relojes. No me acuerdo de cuando lo enterré, pero sí me acuerdo de mamá y un señor que no sé quién era que me llevaban por el jardín a ver dónde lo había enterrado. ¿Dónde lo enterraste? Aquí. No, no, aquí. Y yo iba señalando. Nunca lo encontramos. Eso me acuerdo como si fuera hoy. Y otro recuerdo muy íntimo, también en el campo, es que yo tomé teta hasta los cuatro años. Y un día me hicieron elegir entre teta y un triciclo, y yo elegí triciclo. Y me acuerdo patente que abren el baúl de un auto negro… y adentro había un triciclo”. Benedit cuenta episodios, no adjetiva ni interpreta. Es un artista que ha aprendido la lección. La canción de las ciudades“Hace poco fui a Berlín, estuve viendo cosas nuevas. Algunos edificios nuevos son notables, pero me impresionó que el conjunto no tiene identidad urbana. No han conseguido un tejido urbano distinto. Si bien individualmente los hay muy buenos, uno atrás y al lado de otro, no consiguen una estructura urbana nueva, son como una sucesión de lobbys en planta baja que no es interesante. En cambio en la parte vieja de la ciudad, que tiene una traza tradicional, hay muchos huecos dejados por las bombas donde se han hecho edificios nuevos que están encajados dentro de una trama reconocible. Esa mezcla de muy nuevo, antiguo y más antiguo en una traza tradicional, es mucho más interesante”. “Creo que un ejemplo para Buenos Aires es Madrid. Yo he vivido ahí durante mucho tiempo y la he visto transformarse en una forma notable. No es una gran ciudad monumental de Europa, pero la han limpiado, valorizado, y convertido en una ciudad muuuy agradable. Y lo han hecho en 20 años: para nosotros, es el modelo”. LFBArte oficial“Alguna vez dije que no hay un gran arte hasta que no es oficial, pero no me entendieron. Yo no hablé de arte oficialista, sino que quise decir que el estado es el único que tiene los recursos para hacer una política publica en relación con el arte”. LFB


Texto: Sol Dellepiane A.


Publicado en D&D


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