DRAMA DE UNA ETNIA
AL BORDE DE SER VIOLENTADA POR EL ARTE





Meteorito El Chaco, de 37 toneladas, descubierto por William Cassidy en 1969.


Por Marcelo A. Moreno


A legar o sugerir que la reciente revuelta de los aborígenes de la etnia moqoit en el Chaco es culpa del extinto artista francés Marcel Duchamp resulta una temeraridad o una sofisticada exageración. Pero es cierto que si el inventor del arte conceptual – padre de Warhol, de Minujín, de numerosos artistas y de una inmensa catarata de porquerías que suelen habitar los museos bajo la coartada de “arte”- no se hubiera animado en 1917, en Nueva York, a colocar a un mingitorio en una galería como obra maestra, el escandalete entre el kirchnerismo chaqueño y la prestigiosa muestra “documenta”, de Kassel, Alemania, no hubiera ocurrido.
Sucedió que a los artistas Guillermo Faivovich y Nicolás Golberg se les ocurrió la peregrina idea de trasladar al mayor meteorito que hay en la Argentina -y segundo en el mundo- como parte de una instalación o váyase a saber qué para exhibir en la muestra internacional.
El 29 de diciembre el kirchnerismo chaqueño hizo aprobar en la legislatura, en medio de un paquete aluvional de normas, que se cediera en préstamo esta parte nada pequeña de patrimonio provincial.
Pero la etnia moqoit – llamada mocoví por los españoles- se considera depositaria ancestral de la custodia del meteorito. Y puso el grito allí de donde provino la pieza, es decir en el cielo . A los moqoit no sólo los asiste el peso de una tradición cultural de antigua data sino el espesor de la razón: los riesgos del traslado de la mole hasta Alemania son tantos como los peligros sobre su porvenir. Si bien Alemania es hoy de lo más civilizadita, no se ha caracterizado en su pasado colonial no tan lejano por hacerle asco a los tesoros culturales de otros pueblos que hoy se exhiben en numerosas vitrinas de numerosos museos de la potencia europea. Finalmente, colocar la mole en un espacio dedicado al arte y extraerla de su lugar en el “Campo del cielo” chaqueño, supone una descontextualización – por usar una palabra horrible- más o menos tremebunda.
Desde siempre lo que viene del cielo constituye una fuente de terror y reverencia entre los hombres.
Por algo los cielos fueron y son moradas de dioses y almas puras, lo seres alados pueblan las mitologías y las serpientes que se arrastran por la tierra suelen ser símbolos del Mal. Hasta los humildísimos OVNIS planean por entre las nubes y no se alucinan entre charcos y zanjas.
Mircea Eliade, historiador de las religiones, escribe en “Lo sagrado y lo profano”: “La simple contemplación de la bóveda celeste basta para desencadenar una experiencia religiosa.
El Cielo se revela como infinito y trascendente en comparación con esta nada que representa el hombre .” Juan Eduardo Cirlot en su “Diccionario de símbolos” esgrime que “la dureza y duración de la piedra impresionaron siempre a los hombres, quienes vieron en ella lo contrario de lo biológico, sometido a las leyes del cambio, la decrepitud y la muerte, pero también lo contrario al polvo, la arena y las piedrecillas, aspectos de la disgregación”. De allí que “las piedras caídas del cielo explicaron el origen de la vida”.
No muy lejos de esta explicación religiosa rondan hoy una cuantas hipótesis científicas.
Porque quizá la mayor violencia que se intentó ejercer con este desvarío no fue contra el patrimonio cultural argentino ni contra la cultura moqoit, sino contra el sentimiento religioso de una comunidad que ha sido ya profusamente devastada por españoles y argentinos con parecido ímpetu.
Mientras el gobernador Capitanich se declaraba neutral en esta contienda entre sus legisladores y l a parte no K de la etnia moqoit y antropólogos y científicos argentinos en montón reclamaban que no se tocara el meteorito, los alemanes cortaron por lo sano el disparate y renunciaron al pedido de préstamo de la mole.
El drama provincial terminó demostrando que, al contrario de lo proclamado por Duchamp, no sólo que n o cualquier cosa supone arte sino que hay cosas que lo trascienden y cómo.

Fuente texto: clarin.com

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