VARIACIONES EN BLANCO


Arte / Muestras

Con obras de su patrimonio, el Mamba invita a descubrir las posibilidades del monocromo


El alma del Dante, Carlos Alonso, técnica mixta, 1969. Foto: GENTILEZA MAMBA
 
Por Diana Fernández Irusta / LA NACIÓN


¡Naveguen! El blanco y libre abismo, el infinito, está ante ustedes", escribió Kasimir Malevich alrededor de 1919. Casi un siglo después, lejos de las confrontaciones y cataclismos que marcaron a las vanguardias de principios del siglo XX, una muestra propone, en medio de la torridez del verano porteño, actualizar aquella deriva emancipadora propuesta por el artista ruso.
Con curaduría de Laura Buccellato, Provocación del blanco se inscribe en la nueva política del museo en cuanto a la exhibición de su patrimonio: obras en diálogo transversal entre generaciones, en el contexto de una misma generación con referencia a un tema específico o, como en este caso, una combinación de ambos ejes. Aquí es el blanco -ese tono que alguna vez Kandinsky ensalzara como el color del alumbramiento y la posibilidad- el que dicta las coordenadas.
"Jugar con el blanco desde las distintas disciplinas artísticas es saber manejar los silencios, el vacío, a la vez que motivar un estímulo en el pensamiento", escribe Buccellato en el texto curatorial. Como un eco, recibe al visitante la obra de Aili Chen: tres videos cautivantes, en los que la animación tradicional y los trazos de lápiz otorgan textura a la imagen digital, con tenues -muy tenues- reenvíos a cierta estética animé y un equilibrado juego entre luces y sombras.
Próximos a las brevísimos relatos que se insinúan en la obra de Chen, se yerguen los doce paneles de acrílico que Miguel Harte dispone con precisión simétrica, ordenada, delicada a su manera: en algunos de ellos, una gota de acrílico (¿remedo plástico y no azaroso del punctum fotográfico de Barthes?), apenas traslúcida, subvierte sin estridencias el orden.
El monocromo tiene una marca de origen que refiere a la modernidad y, más específicamente, al conceptualismo. Así lo recuerda el artista Eduardo Costa en un artículo publicado en la revista Blanco sobre Blanco (que, en su número inaugural de septiembre de 2011, incluye un dossier sobre esta cuestión): "Aparece en pintura cuando el cuadro comienza a volverse interesante como objeto en sí, independiente de la representación que remite siempre a otra realidad". Costa es autor de monocromos extremos, uno de los cuales puede verse en esta exposición: un cubo de pintura acrílica, sólida, hecha volumen de omnipresente blancura.
En otra línea de búsqueda están las obras realizadas por Tomás Gonda entre mediados y fines de los años 70. Dos estampados en relieve y una serigrafía, testimonios de que lo mínimo lo puede todo: un esbozo de sombra, una protuberancia milimétrica, la leve desarticulación de una figura geométrica. Como el famoso aleteo de la mariposa y sus incalculables consecuencias, en estas piezas late, pura potencia y silencio, algo así como un recordatorio de la incertidumbre del mundo. Universo similar al de las experiencias cinéticas de Luis Tomasello, plasmadas en una pieza de 1963, madera policromada donde la prolija disposición de pequeñas formas cúbicas se transmuta en danza virtual con repentinas, escasas, transgresiones de color.
La experimentación con la luz, el movimiento y los efectos ópticos se encuentran a sus anchas en este cosmos monocromo. Desde el móvil de Julio Le Parc, con las piezas de acrílico en diálogo con sus propios reflejos, hasta la ciudad retratada por Jacques Bedel, donde las sombras completan la figura.
"También es posible hacer una lectura de las obras a partir de las sombras como inquietantes localizaciones de las distintas ansiedades metafísicas de los artistas", apunta Buccellato. Y allí está De como blanco chato liso opaco y aparentemente inocuo se carga de energía cuando es asediado por las fuerzas oscuras del orden, espléndida pieza de Kenneth Kemble: abstracción puesta al servicio de la sugestión de la dupla blanco-negro.
Como quien esboza una sutil línea de blanco sobre blanco, sin ceñirse al rigor de las cronologías, la exposición establece resonancias entre décadas, escuelas, formatos y técnicas. Incluidas las límpidas, inevitablemente ominosas, mesadas de grasa vacuna y parafina hechas por Cristina Piffer. O el calco de cochinillo de Nicola Costantino.
Ya ocurrió con la muestra que Florencia Braga Menéndez y Gachi Prieto impulsaron en 2008 en el Centro Cultural Borges: el verano parece invitar a sumergirse en la luminosa frescura del blanco. Y, de paso, atender a sus reveladores silencios.

Ficha. Provocación del blanco en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Av. San Juan 350), hasta mediados de marzo.

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