UN COLLAGE CON LA MARCA DEL TIEMPO


“Fragmentos de un Diario” reúne en un libro y una muestra textos de Ricardo Piglia con dibujos de Eduardo Stupía. Ellos hablan aquí de los puntos de contacto entre ambos lenguajes.



Por Ana María Battistozzi

Ricardo Piglia empezó a escribir un diario en 1957 y aún lo sigue haciendo. Dice que, si no lo hubiera empezado aquella tarde lejana, jamás habría escrito otra cosa. El diario es uno de los pocos ámbitos en que el escritor insiste en la escritura manual; en ese trazo personal que ha ido cambiando con el tiempo al punto de que hoy le resulta extraño, como tantas observaciones y episodios del pasado que encuentra en él. El diario hilvana una secuencia infinita de reflexiones, apuntes, observaciones de un universo privado que en un punto deja de serlo. Consciente de que esto es invariablemente así, hace tiempo que Piglia ensaya diversos modos de hacerlo conocer. El que concibió en colaboración con Eduardo Stupía y da lugar a Fragmentos de un Diario , la publicación y muestra que concibió con Jorge Mara y que se puede ver hoy en su galería, es uno de ellos pero no el único. Con Gerardo Gandini tiene pensada otra experiencia equivalente aplicada a su música y con Andrés Di Tella un documental que al mismo tiempo se convertirá en el diario de un cineasta.
Lo fundamental es un asunto de correspondencias en torno del diario como género, que traduce afinidades en un diálogo sin que nadie se aparte de su propio medio. En este caso la escritura pareciera el punto de partida y el terreno común. Pero también lo es la imagen. En ese sentido la escritura de Piglia está llena de imágenes y las imágenes de Stupía surgen de lo que se percibe como la trama de una escritura.
“Justamente por esa razón pudimos trabajar juntos”, dice Stupía al inicio de una conversación que tuvo lugar en torno de la generosa mesa de la trastienda de Mara. Allí donde se acumulan libros y cuadros que son la pasión del galerista –también el punto de unión entre Piglia y Stupía– y la razón de que Mara sea uno de los pocos capaces de articular y llevar una colaboración de este tipo entre los formatos libro y exhibición.
“Me interesa todo lo que posea algún tipo de contaminación escritural –continúa Stupía–. Tanto la escritura como la falsa escritura, la caligrafía, la línea que aparenta un garabato caligráfico. Los ideogramas o los ideogramas quebrados que no son tales. La idea es que todo garabato puede parecer un ideograma aunque en verdad no lo sea.
Si bien lo de Stupía está marcado por ese interés suyo tan especial por todo lo que acaba de enumerar, hay otras cuestiones que deslizan la dimensión temporal. En el caso de Piglia esto se manifiesta de manera explícita por ejemplo cuando escribe “Martes ….Ella tiene la facultad de hacer amistades, como quien dice ‘hago una obra’”. La pregunta es: ¿si no estuviera indicado así y definido ya como forma, no se leería de otra manera?
Ricardo Piglia: Seguro que sí, si se saca la referencia a los días se puede leer como un fragmento de un texto cualquiera. El único modo de definir el género diario es sencillamente a través de que se trata de algo fechado. Todo lo que hay adentro, en cualquier diario, es siempre múltiple. Pero lo único que ordena y define el género o da un marco de lectura es el hecho de que uno debe poner la fecha de manera que se haga manifiesta la sucesión de los días. Por lo tanto hay una cronología y una relación con el tiempo… Sin ser estrictamente así lo de Stupía también tiene que ver con el tiempo. Me refiero a un tipo de imagen que surge de una acumulación y de la recomposición de lo acumulado que en ambos casos denota temporalidad.
RP: Y también de la improvisación, tal vez haya que encontrar una palabra mejor para eso. El diario tiene mucho de improvisación. No es un género que te limita. Cuando uno escribe una novela, sabe lo que va a decir, lo tiene más o menos estructurado. En un diario se puede hacer un poco de todo y nunca se sabe muy bien sobre qué va a escribir uno ese día. De modo que hay un elemento que el género arrastra que es la espontaneidad. Muchas veces he visto el trabajo de Eduardo como algo que está sucediendo en el mismo momento en que la imagen está siendo capturada. La inmediatez que eso produce hace que no sea algo estático, al menos temporalmente. Está muy ligado al tiempo que tarda en hacer eso.
Alguna vez conversamos con Eduardo sobre el modo en que las cosas van apareciendo en sus trabajos. Pero también de una actitud física que incorpora el desplazamiento en el espacio como parte del proceso de producción, como algo que le permite ir calibrando posibilidades ante lo que aparece, interrogarse si lo toma, lo deja o lo dirige hacia otro lado.
Eduardo Stupía: Se trata de una serie de movimientos o acciones que son siempre el mismo movimiento, nada más que con un ropaje distinto. Un mismo movimiento que adquiere una fisonomía y un semblante cambiante. Ver de lejos, de cerca, poner, sacar pero impregnado de una serie de materiales. En este caso físicamente de un archivo. Usé imágenes, textos, letras, arbitrariamente tomadas de distintas fuentes, más todas las herramientas del lenguaje mío de las que hablábamos antes. Fragmentos de dibujos, un dibujo más preciso, más suelto, garabatos, signos, manchas, chorreados. Todo eso que es como el ropaje de un mismo gesto. Uno podría hacer un catálogo del repertorio que uno usa pero los modos de aplicarlo son infinitos. Al menos uno intenta que así parezca porque lo que uno aspira es a que el dibujo se presente como algo inconcluso, o mejor, interminable. RP: Hay otra cosa que da para reflexionar que es captar algo del día para que no se fugue. Uno escribe algo para releerlo, para que no se pierda en el mar de lo cotidiano. Como si la aspiración fuera dejar una marca de cada día. También tiene que ver con apresar algo de lo que está ocurriendo. Como un pescador. Nunca es lo que podría considerarse importante desde el punto de vista político. Pienso en lo que escribió Luis XVI el último día que pasó en Versalles: “Parece que hoy no hay torta”.
ES: Eso que tiene el diario está también en la pintura, en la convivencia de zonas relevantes con otras que no lo son. Y así como no sentí que en ninguno de los textos hubiera nada que fuera definitivo o categórico, tampoco en los dibujos hay ningún elemento que sea determinante de todo el sistema. En ese sentido creo que hay mucha afinidad constructiva entre el diario y los dibujos.
Me interesa detenerme en algo que Mara rescata al incluir en el libro una toma del estudio de Eduardo donde se ve toda su acumulación, algo así como una vista aérea de la mesa de trabajo y alrededores, similar a toda esa diversidad que habita en sus collages. Y también la portada del cuaderno-diario de Ricardo, territorios en ambos casos que tienen que ver con una cualidad material específica que aporta sentido.
RP: Quizá tenga que ver con las manías que todos tenemos con relación al tipo de materiales que elegimos para el trabajo. En mi caso, está ese tipo de cuaderno que se llama Congreso que tiene un papel muy bueno porque no se corre la tinta. Los consigo en un lugar preciso en La Boca. Eso, que fue una elección desde el punto de vista práctico, terminó siendo casi la garantía de que yo iba a seguir escribiendo. Porque el diario es lo único que escribo a mano.
¿Y la insistencia en una escritura manual tiene que ver con retener algo que se va perdiendo? RP: –Puede ser; en los viejos tiempos y hasta no hace tanto las cartas personales se escribían a mano.
ES: –Sí, hay una suerte de gentileza asociada a la escritura manual. Las esquelas que acompañan las invitaciones o los obsequios. Lo personal, lo íntimo está asociado a la letra manuscrita y curiosamente se está perdiendo.
RP: –También están las listas de cosas por hacer, eso también es una de las pocas cosas que uno hace manualmente.
ES: –Como si la escritura manual tuviera algo de imperativo, algo así como el poder de empezar a hacer real lo que todavía no tiene una realidad.
RP: En esos cuadernos en que he ido escribiendo el diario por años suelo guardar cosas. A veces una entrada al cine, una nota o una factura. Así cuando abro cada cuaderno me encuentro con una serie de datos completamente circunstanciales de lo que fueron esos dos meses que trata el diario. De pronto son cortes arqueológicos en mi propia vida.
ES: Pensándolo bien, hay aquí otro punto de contacto. Es que en mi acumulación de cosas hay muchas tarjetas postales viejas. La tarjeta postal además de la escritura manual tiene una impronta muy fuerte como un acontecimiento que tuvo lugar en el mundo y tiene que ver con otro territorio distinto que puede despertar vaya a saber qué fantasías. En mis trabajos hay muchas tarjetas postales, incluso estampillas. Una cosa rara que me sucede es que cuando empecé a comprar enciclopedias viejas encontré también recortes que guardaba la gente, cosas íntimas que tienen que ver con recuerdos de cada uno como esas cosas que le aparecen a Ricardo. Cartas escritas y por alguna razón no enviadas, dibujos de niños.
Es curioso que el modo de aparecer de ese corte arqueológico que relata Ricardo se parece en algo a los collages de Eduardo. Cuando uno los mira no puede evitar pensar en esos libritos recortados –los pop up book– que saltan como una sorpresa para componer una escena. Hay una tipografía, un tipo de grabado y una ilustración propia de las enciclopedias antiguas que emerge como un fragmento de un mundo de maravillas escondido en un libro.
ES: Una enciclopedia un tanto corroída, no sólo por el tiempo mismo sino por el colapso de la enciclopedia como objeto mismo. Ahora hasta la Enciclopedia Británica se pasó al formato digital.
RP: Pienso en los collages como fragmentos de ensoñaciones.
Justamente en uno de los fragmentos del diario se lee lo siguiente: “Los versos son como el resto diurno del sueño, un tejido de imágenes rotas de recuerdos y palabras perdidas”. No por azar esta reflexión escrita hace unos años en Princeton podría aplicarse también a los collages de Stupía.

Fuente: Revista Ñ Clarín

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