LEÓN FERRARI: OBRAS PARA VER Y ACARICIAR


“El sexo es un homenaje a Dios”, dice el artista, de 92 años, en esta charla sobre su arte, la religión y la muestra que presentó en el Malba.

Por Marina Oybin

Esa lengua suave acaricia hasta el orgasmo mientras las letras en braille rezan las máximas bíblicas (Sant. 3, 6-10) para dejarnos claro que ese órgano muscular carmín, que esa “lengua es un mundo de maldad, que está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno (…)”. Más allá, el sexo apasionado junto a otra máxima: “De cierto, de cierto os digo: el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 53, 54). Paradójicamente son textos ilegibles para nosotros, espectadores videntes: por eso cada obra lleva un rótulo a su lado.
En Brailles la tensión entre las imágenes (muchas son estampas eróticas orientales) y los textos bíblicos sobreimpresos resulta hipnótica. Uno se sorprende, varios días después, recordando citas e imágenes de esos cruces fascinantes. “La serie –cuenta León Ferrari– surgió a partir de las fotografías de mujeres desnudas que hacía mi padre, les puse encima una poesía o diferentes textos en braille: uno acariciaba a la mujer mientras leía”. Algunas obras pueden tocarse, tal como lo pensó el artista, en un acto que viene a satisfacer ese deseo que muchas veces despiertan pinturas y esculturas: un impulso casi físico, inevitable y vedado.
Al ingresar en la sala, junto a la imagen de una pera vaginal, elemento de tortura atroz (extraída de Inquisición: guía bilingüe de instrumentos de tortura desde la Edad Media a la época industrial , de Robert Held), el texto en braille señala: “Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella (…)” (Mt.7, 13-14). A unos pasos, sobre la reproducción de la dulcificada “Virgen de San Jorge”, de Correggio, el texto en braille apunta: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo” (Jesús, Mt. 25,41).
Además, en la serie Relecturas de la Biblia , las imágenes de la iconografía cristiana y de la historia del arte yuxtapuestas a otras de la erótica oriental o de la historia contemporánea, simbólicamente potentes, provocan una extraña disrupción temporal.
En el Malba, Brailles y Relecturas de la Biblia , con curaduría de Florencia Battiti, reúne 70 obras de las más de 300 que integran estas dos series hasta en las que Ferrari trabajó tres décadas. Hay acidez, juego, irreverencia, ningún prejuicio. El sello Ferrari. Poderoso, heterodoxo, heterogéneo, Ferrari vuelve a interpelar sobre religión, política, arte, sexo y goce. En escenas de masturbación como “Amate” o “La lengua” el texto bíblico tensa la imagen, provocando desde inquietud hasta sonrisas. Siguiendo esa operación estética y conceptual, Ferrari nos lleva a ver obras de Gustave Doré, Miguel Angel, Correggio y otros, desde nuevas aristas que, justamente, la belleza de la imagen ocultaba y que ahora el texto viene a cuestionar. Como en “Amad”, donde sobre ese amasijo de bellos cuerpos en escorzo y al tiempo flagelados de “Los condenados”, de Lucas Signorelli, la escritura en braille dispara: “Amad a quienes os aborrecen” (Jesús, Lc. 6, 27). O la sobreimpresión del texto sobre la reproducción del impactante “Cristo en el sepulcro” de Hans Holbein: “Yo tengo las llaves del infierno y de la muerte” (Mt. 16, 18).
Con agudeza e ironía, las obras van poniendo en relación el discurso bíblico con escenas de la historia del arte occidental y con imágenes de estampas orientales donde el sexo es vivido como puro goce. Es más: “El sexo es un homenaje a Dios”, explica Ferrari cuando lo visito en su casa después de ver la muestra en el Malba. En un piso alto con vista al edificio gótico de la Facultad de Ingeniería en Avenida Las Heras. El living está lleno de sus esculturas móviles y volátiles, caligrafías deformadas, estructuras soldadas obsesivamente de las que hizo en los años 60, pinturas de su amigo Yuyo Noé y otras de Augusto Ferrari, su padre, pintor, fotógrafo, arquitecto. En las bibliotecas, junto a las novelas hay ensayos de temas religiosos. Aquí, en su casa, este hombre que no ha perdido la ironía ni el sentido del humor, recorre luces y sombras de su vida. Dueño de una risa suave que remata los comentarios más ácidos, demostrará que, a sus 92 años, conserva intacta esa mirada que va contra el sentido común.
Lo primero que le pregunto es cuándo empezó a cuestionar el dogma. Cuenta que fue cuando estudiaba en el colegio católico Guadalupe: “Era la época en que nació el nazismo, y en ese colegio eran antisemitas”. Ahí comenzó a aprender qué era ese infierno que después puso en el centro de la escena de algunas de sus obras con santos de yeso. “Son los mismos santos que promocionan el infierno: los expuse en 2000 y en 2004. En esa época se armó un gran revuelo cuando vino Rebecca Gomperts, la médica holandesa que hace abortos en un barco acondicionado como clínica en aguas internacionales. Los católicos hicieron un gran escándalo. No sé por qué hacen escándalos.
¿No cree que para muchos la religión es un alivio, una forma de dar sentido a la vida?
Posiblemente, sí. Lo extraño es que hay religiones crueles, como la religión católica con el infierno. El catecismo oficial católico está lleno de contradicciones: hay capítulos que dicen que están en contra de la tortura y hay uno en que están a favor. En la carta que le mandé al Papa le señalé eso para que lo corrigiera.
No hubo respuesta, obviamente.
No.
Usted habló del aborto, creo que ése es el infierno al que condena hoy la Iglesia y el Estado a una gran parte de las mujeres de sectores populares.
Claro, pero creo que acá va a salir el aborto.
¿Le parece?
Sí. Hay algunos que están en contra. Pero con ese criterio sería un crimen usar preservativos. Una vez hice una obra con esculturas de preservativos llenos de chicos tratando de salir. Había también una escultura colgante, inflada, una especie de bandera en defensa del ministro de Salud Pública, que había dispuesto repartir preservativos a los muchachos y chicas. Y la Iglesia estaba furibunda.
¿En qué está trabajando ahora?
Lo último que estuve haciendo es esto (señala una de sus deslumbrantes esculturas móviles con alambres y piedras) y tendría que hacer algunos dibujos. Ahora no estoy trabajando. Parece que a medida que pasan los días, ya no se puede decir años, sólo días como decía Proust, uno va caminando hacia la muerte.
¿Piensa en la muerte?
No, no me preocupa. He visto gente muriéndose: parecían contentos de dejar este mundo. Mi padre murió casi a los 99, y tengo un sobrino que me dijo, para satisfacerme, que antes el promedio de vida era de 75 años y ahora es de 106 (risas). Así que 106, yo tengo 92: todavía me quedan como 14 años. Tengo que pensar qué voy a hacer...
¿Qué lo ilusiona? Hizo arte por teléfono, arte por correo, grabado, collage, performances con esculturas sonoras, con poliuretano, videotexto, produjo películas, actuó, ¿hay algo que le haya quedado pendiente, que diga tengo ganas de seguir por acá?
Ya hace tiempo publiqué algunas poesías: me gustaría seguir escribiendo. Y tendría que seguir también con una de estas (señala una imagen de la virgen de las que usa para los collages que está en el bastidor).
¿Qué lo entristece?
Todos mis amigos se murieron. No sé por qué Dios elige a un ateo para que se quede.
¿Qué momentos de su vida recuerda con mayor intensidad?
Cuando salvé a mi hija Marialí. Cuando ella tuvo meningitis, la llevé a Florencia, a la “Casa di cura per bambini”, una especie de clínica. Siempre me acuerdo de esa calle: Via Manzini 43. Fue hace más de cincuenta años. Y me acuerdo de cuando a mi hijo Ariel, montonero, lo mataron. En fin, la vida tiene todo…Nosotros nos fuimos a Brasil en noviembre de 1976. Le dije que se viniera con nosotros. No hubo caso (silencio). No supimos nada hasta que una amiga de Ariel nos contó cómo había muerto: lo mató Astiz, lo dijo él mismo. Es desaparecido porque no se encuentra el cadáver. Lo que sé es que entró muerto en la ESMA el 27 de febrero de 1977, es lo único… Nos detenemos unos momentos a mirar el catálogo de su muestra y a conversar sobre algunas obras, luego seguimos.
Por esa función propagandística religiosa que cumplió el arte, hay en sus obras cierta recriminación a Caravaggio, Correggio, Signorelli, ¿piensa que podrían haber hecho algo diferente en ese contexto?
Sí, sí, lo pensé mucho. La Iglesia se levantó con los pintores porque son los que le dieron capital intelectual, estético. Además ilustraron los crímenes de modo tal que ya no parecían crímenes: “El Juicio Final” de Miguel Angel y “El Diluvio” de Doré son propagandas, pero al mismo tiempo están tan bien pintados, son tan maravillosos, que uno pasa por encima.
Ferrari se detiene en la escritura en braille sobre la reproducción de la “Virgen de la leche”, de Robert Campin. Lee la frase: “Mataré a sus hijos con muerte”. “Es de Jesús”, comenta.
Después de treinta años, ¿hay algunas obras que ya tenía olvidadas y redescubrió?
Sí (señala la imagen). Estos son lo incircuncisos. Los están mandando al infierno.
Ya sobre el cierre de la entrevista, veo en una mesa, junto a una miniatura de la emblemática “La civilización occidental y cristiana”, un astronauta recubierto de finísimo material púrpura como terciopelo. Es una obra que una de sus nietas compró en una galería y le regaló. León le quita el casco y me muestra el rostro: es Jesús. Mientras caminamos hacia la puerta para despedirnos dice: “El que no está conmigo está contra mí, dijo Jesús. Eso después lo tomó Mussolini: Chi non è con noi è contro di no i”.

Fuente: Revista Ñ Clarín

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