UNA VENTANA A LA SENSIBILIDAD JAPONESA


En “La estructura del iki”, Kuki Shuzo se interrogó en la década de 1920 sobre un rasgo único de la identidad cultural japonesa frente a la modernidad occidental, dando cuenta de las dificultades de su traducción.

Una ventana a la sensibilidad japonesa Una ventana a la sensibilidad japonesa

Por Anna Kazumi Stahl

Delgado pero consistente, La estructura del iki: reflexiones sobre el gusto japonés, de Kuki Shuzo, es la realización de un proyecto intelectual que argumentará la excepcionalidad japonesa a través del discurso teórico moderno occidental. Lógico para un Japón luego de 250 años de auto-aislamiento (del 1600 hasta 1868). Habiendo cerrado sus fronteras en la época de Galileo, Molière y Shakespeare y cuando los reyes gobernaban sin mayores discusiones, Japón en la época de la re-apertura miró hacia democracias en lugar de monarquías, nuevas naciones en lugar de colonias, una clase media urbana pujante, y mercados cada vez más masificados y expansivos.
En 1868, la Restauración Meiji inició un proceso vertiginoso de adaptación, y acarreó una revaloración de las formas y tradiciones autóctonas. Todas las áreas tuvieron su revisión, desde la reestructuración política hasta la incorporación de ropa occidental; desde la redefinición del haiku como eje central en la poética japonesa (con poetas como Shiki Masaoka, 1867-1902) hasta el arduo trabajo de campo que produjeron las etnografías y el inicio de la antropología japonesa, con académicos como Kunio Yanagita.
Este es el contexto en el que debe leerse el trabajo de Kuki Shuzo (1888-1941) y sus pares en la filosofía como Tetsuro Watsuji (1889-1960) y Kitaro Nishida (1870-1945), fundador de la “Escuela de Kyoto” que privilegiaba la filosofía comparativa (Oriente y Occidente). Kuki Shuzo y Watsuji fueron compañeros de estudio en Alemania. Los dos cumplieron el paso por Europa considerado necesario para completar su formación académica como intelectuales modernos. Regresaron a Japón al final de la década de 1920, y sus voces fueron fundamentales en la formulación, en la década siguiente, de la llamada “estética nacional japonesa”.
La estructura del iki fue publicado al año del regreso de Kuki Shuzo a Japón. Un borrador temprano fue fruto de sus experiencias en París entre 1925 y 1927, donde estudió con los filósofos franceses Henri Bergson y Émile Bréhier y tuvo como tutor a un jovencísimo Jean-Paul Sartre. (Si bien, primero vivió en Heidelberg donde asistió a los teóricos que dictaba Heinrich Rickert en la filosofía kantiana, luego fue a París para finalmente volver a Alemania para cursar con Edmund Husserl y Martin Heidegger).
La vida que llevó Kuki Shuzo en Europa, sobre todo en París, se ve reflejada en La estructura del iki en cuanto el placer mundano de un dandy al estilo de Charles Baudelaire. Kuki Shuzo pudo zambullirse en ambos tipos de experiencia, tanto la de un pensador alejado del mundo como la experiencia más sensual de una elite en París, ciudad que le inspiró varios libros de poesías como Pari Shinkei ( Paisajes mentales de París ), Pari no negoto ( Charlas sonámbulas de París ), Pari no mado ( Ventanas de París ), entre otros.
Quizás fruto de esta inclinación, se explica su abordaje tanto de lo intelectual como de lo sensorial. Con La estructura de iki, este filósofo japonés logró una propuesta diferente. En vez de elegir algo de la sociedad ya en vías de modernización para ejemplificar lo excepcional en el ser japonés, giró hacia el pasado pre-moderno y eligió el contexto de una zona roja que floreció tarde y se desvaneció rápido, en un sector sur de la capital y hacia fines del régimen feudal. Para entonces y antes del mitificado reencuentro con Occidente, en este tipo de zonas se evidenciaba una nueva flexibilidad en los roles sociales. Kuki Shuzo se interesó en la insistencia con la que aparecía un término de gusto, iki , e interpretó entonces que se trataba de un fenómeno de la conciencia, intrínseco para el ser japonés.
La estructura del iki , así visto, es un tratado filosófico, por lo que no invita a la lectura distendida como otros escritos más personales o informales. Aun así, tiene un valor particular por echar luz sobre algo anteriormente no perfilado de la misma manera. Ya se sabía –incluso en Occidente– de los códigos culturales clásicos como aware (la triste belleza de lo efímero) o wabi (la belleza de lo simple, austero y rústico) o yugen (el valor de la sugerencia y la evocación en vez de la explicitación).
Kuki Shuzo, en vez de revisitar aquello clásico, focaliza una expresión de la sensibilidad japonesa identificable en las vivencias urbanas. En este sentido, su elección del iki alinea astutamente la modernidad que vivió Japón luego de su reapertura (y su reencuentro con las influencias y las presiones de Occidente) con una etapa de la pre-modernidad en la que internamente ya se podía ver cambios que presagiaban la posibilidad de una flexibilización en las estructuras sociales.
El iki pertenece a entornos en los que, aun antes del Período Meiji, las clases se entremezclaban y los roles podían invertirse y los valores subyacentes en la cultura japonesa informaban el accionar de todos por igual. Pero, ¿qué es iki ? Por supuesto que, por tratarse de un rasgo único de los japoneses, no es fácil de traducir. En su ensayo, Kuki Shuzo comienza con el gesto de admitir sólo aproximaciones en otras lenguas, aunque indica la resonancia con la palabra chic en francés. De todas maneras, para enfatizar la dificultad, ofrece paralelos de esta misma no-traducibilidad en lenguas europeas: queda claro que esprit para los franceses se diferencia de Geist en alemán. Kuki Shuzo procede entonces a usar el método teórico europeo de la hermenéutica cultural para capturar y examinar aquella manifestación de la conciencia japonesa.
En la explicación clara que da el primer capítulo del libro, el lector llega a comprender porque iki no es una mera versión japonesa de chic sino una articulación de tres influencias que sólo pueden darse en el ser japonés: el ukiyo-e o “mundo flotante” de las casas de geishas y los distritos de entretenimientos, la tradición de los guerreros samurái, y el budismo. La tensión dualística entre las dos últimas corrientes da el característico fundamental a cualquier manifestación de lo iki .
Este estudio, como otros ensayos posteriores del mismo autor, es exhaustivo en cuanto a los orígenes culturales. Su línea expresa cierto nacionalismo cultural, en respuesta a una noción prevalente por entonces de lo moderno como necesariamente occidental. Algunos han interpretado en esta postura de Kuki Shuzo una inclinación demasiado cercana al fascismo que se apoderaba del país en esa época, pero otros lo ven más bien como un intelectual que acaso pretendía aislarse de lo político, una figura resonante tal vez con aquel artista del mundo flotante problematizado en la novela de Kazuo Ishiguro.
La estructura del iki se aparta del siglo XX e incluye reflexiones sobre iki y otros términos en uso en el período pre-moderno. Las secciones detalladas introducen novedades para lectores generales, mientras estudiosos de la lengua podrán contextualizar diferencias sutiles en el vocabulario, por ejemplo la proximidad de iki con johin sin tomarlos como sinónimos.
La segunda mitad del libro deja el análisis abstracto y va a lo concreto. Abarca lo iki en cuestiones de dibujo y estampas, en diseño textil y de ropa, en la arquitectura y en la composición musical. Lo más llamativo quizás sea cuando el filósofo adentra en aquel submundo de las zonas rojas de Edo hacia fines del siglo XIX. El iki en estos capítulos se hace tangible y sensual: unas mechas alocadas evocan la noche recién pasada (o la futura aún sin pasar), una mirada de reojo, sesgada.
Iki es el cuerpo esbelto, con una cintura grácil y el kimono que deja descubierta la nuca. La lectura es rica por estos múltiples juegos, entre el análisis riguroso y hermético, y el flirteo con detalles de un erotismo idealizado, transformada en pura estética.

Fuente: Revista Ñ Clarín

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