DE CABINA A BIBLIOTECA

Un diseñador de arquitectura convirtió cuatro cabinas telefónicas de la ciudad de Nueva York en bibliotecas temporarias por medio de la instalación de estantes.
El mejor momento para convertir un teléfono público en una biblioteca es un domingo por la mañana temprano, dijo John H. Locke, un diseñador de arquitectura que podría ser el principal especialista del mundo en el tema. "No hay mucha gente", dijo. "se puede ir, buscar una buena cabina, prepararla y cerrarla bien. Toma unos segundos. se la llena de libros y se espera a ver qué pasa".
El invierno pasado, Locke diseñó una serie de estantes livianos para colocar en el interior de las cabinas telefónicas de la marca Titan de la ciudad de Nueva York. Un fabricante de Brooklyn corta los estantes, que Locke pinta y monta en su departamento.
Hasta ahora ha realizado cuatro instalaciones, la última de ellas en la Avenida Amsterdam y la Calle 87 oeste, un domingo antes de las ocho de la mañana. Locke colocó en su lugar una estantería de color verde lima y la llenó de libros infantiles y novelas.
Apenas había dado vuelta la esquina cuando un hombre que había estado parado frente a un restaurante empezó a examinar títulos, luego de lo cual se decidió por "El resplandor", de Stephen King.
Lo que pasa con las instalaciones pasados los primeros minutos tiene cierto misterio para Locke. Las controla de forma periódica, dijo, hasta que desaparecen después de unos días o semanas. Para él, está bien. "Es algo espontáneo que surge en determinados lugares", señaló. "A la gente le gusta y le resulta inspirador, pero luego vuelve a desaparecer".
Las bibliotecas tienen sus seguidores. Editoriales, librerías y vecinos se han contactado con Locke para donar libros con miras a futuras instalaciones. La publicación Spontaneous Interventions presenta el proyecto en su edición actual.
Si hay algún elemento de las calles de la ciudad que pide a gritos un nuevo destino, parece ser el teléfono público. El Departamento de Telecomunicaciones y Tecnología de la Información de la ciudad empezó a solicitar ideas en junio respecto de qué hacer con los restantes 13.000 teléfonos públicos de las aceras.
No son por completo obsoletos. Aquí el teléfono público promedio se usó para hacer seis llamadas diarias en 2011. Los teléfonos públicos dieron a la ciudad ingresos de 18 millones de dólares en el último año fiscal, en su mayor parte derivados de avisos colocados en las paredes laterales de las cabinas.
Dado que el organismo se resiste a renunciar a ese dinero, analiza sugerencias de convertir las cabinas telefónicas en mapas barriales de pantalla táctil, transformarlos en estaciones de recarga de aparatos portátiles o autos eléctricos, o usarlos como dispensers de desinfectante para las manos. También participa en un proyecto piloto de utilizar las cabinas telefónicas como centros de Wi-Fi.
Locke, que tiene aversión a la publicidad en exteriores, dijo que no quiere tener nada que ver con la iniciativa de la ciudad. Sube los planes relacionados con sus estantes a su sitio web con la esperanza de que la gente instale sus propias versiones en las cabinas de sus barrios.
Después de que Locke instaló los estantes y volvió a su casa para desayunar con su novia, llegaron cuatro hombres muy interesados en el proyecto. Hablaban en voz baja y examinaban la cuadra. Uno fingía usar el teléfono que asomaba por el estante de libros. Tras comprobar que no había moros en la costa, vaciaron los estantes de su contenido.
Todo fue a parar a las bolsas azules de plástico, desde Guía práctica para la construcción de escuelas excepcionales, de Paul Bambrick-Santoyo, hasta Los cuentos de F. Scott Fitzgerald. Los hombres se pusieron las bolsas al hombro y se fueron en distintas direcciones.
Dejaron a sus espaldas una estantería vacía de libros y ya inútil, a menos que alguien quisiera hacer un llamado telefónico. 

Fuente: Revista Ñ Clarín

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