UNA CONSTELACIÓN SIN ESTRELLAS PERO LLENA DE LUZ:
30a BIENAL DE SAN PABLO


La curaduría de esta edición prefirió la intimidad de la experiencia estética antes que la espectacularidad.

Largada. El pabellón, que diseñó Niemeyer, antes de la inauguración de la Bienal que dura hasta el 9 de diciembre.
Por Ana María Battistozzi
San Pablo. ENVIADA ESPECIAL




Una constelación sin estrellas. Tal la conclusión entre quienes tuvieron la oportunidad de visitar esta trigésima Bienal antes de su apertura al público. Básicamente porque lo que fue presentado como una articulación constelar de diversos núcleos de sentido ha prescindido deliberadamente de las grandes estrellas que suelen dar brillo a este tipo de encuentros internacionales.
Esta vez el curador venezolano Luis Pérez Oramas y el equipo que integran los jóvenes Tobi Maier, André Severo e Isabella Villanueva, se han propuesto rescatar el carácter intimista y sensible de la experiencia estética, cada vez más extraviada en este tipo de encuentros crecientemente signados por la espectacularidad.
Así, esquivaron deliberadamente lo que en palabras de Pérez Oramas constituye “la visión del curador consumista que anda por los pasillos del gran supermercado del arte buscando lo último para sorprender”.
El giro es importante y el desafío enorme. No sólo porque debieron trabajar con extremo esmero la selección de los 111 artistas, sino porque debieron replantear el modo de mostrarlos. No a partir de una sola obra, como es habitual, sino a través de conjuntos representativos de cada artista. También fue necesario adecuar el fascinante pero complicado pabellón Bienal que diseñó el célebre arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, con mucha pared vidriada, para fundir el verde del parque Ibirapuera con el interior, para acoger más de tres mil obras. El diseño es un acierto del joven arquitecto rosarino Martín Corullon, quien trabajó en colaboración con el equipo curatorial. Y sin duda es una de las principales marcas de esta edición. No hay aquí grandes espacios dedicados a grandes instalaciones, sino una organización espacial compartimentada para favorecer la experiencia íntima que persigue la idea de constelaciones y “La inminencia de las poéticas”, que rige esta edición. Este concepto vector remite a lo que está apunto de aflorar. O bien lo que el curador Pérez Oramas percibe tal vez como punto de inflexión. Un momento en que la experiencia sensible y lo poético empiezan a ser una demanda del artista y también del público. Así también rescata la imaginación al borde de la obsesión, al límite de lo inconsciente. Y especialmente la “invención de lo cotidiano” un concepto que evoca a Michel Certau, importante referencia en la formación de Pérez Oramas, que tomó licencia en el MoMA de Nueva York para hacerse cargo del diseño de esta bienal.
Casi como consecuencia lógica, su selección se apoya en artistas sensibles y austeros. Muchos de ellos desaparecidos, como Gego o August Sander, o maduros que han permanecido buena parte de sus vidas concentrados en una producción relativamente escondida. Tal el caso de Eduardo Stupía, quien presenta aquí cuarenta y cinco trabajos realizados entre los años 90 y el último año que permiten una idea acabada de su producción. O del colombiano Roberto Obregón (1946- 2003), que dedicó toda la vida a reflexionar sobre el tiempo a través de las distintas formas de la rosa como símbolo de la fragilidad.
Hay históricos como Allan Kaprow (1927-2006), conocido por sus happenings de los 60, y figuras extremas como el alienado Bispo do Rosario, que se vio hace unos años en la Fundación Proa y tiene aquí un lugar central.
Una refinada trama articula la importante producción del presente que dialoga con los artistas del pasado en similar registro reflexivo y sensible.
En ella se inscriben las obras cuidadosamente elegidas de Leandro Tartaglia, Martín Legón y Pablo Accinelli, los otros tres argentinos aquí presentes y a quienes se les ha abierto la posibilidad de ofrecer una visión representativa de sus respectivas obras. Tanto Accinelli, que ha podido desplegar su refinada indagación de mecanismos lingüísticos y expresivos, como Legón, que muestra tres instancias de una indagación de comportamientos humanos, cuentan con generosos espacios. La noción de archivo abarca en muchos sentidos esta muestra que incluye entre otras cosas más de 600 retratos realizados por August Sander.
Otro principio vincular es el de deriva y una de las formas que asume es el fino recorrido de Tartaglia por la ciudad que cruza experiencias visuales y auditivas.


Eduardo Stupía, el gran invitado argentino


Artista ampliamente reconocido en su medio pero ausente hasta ahora de los grandes circuitos internacionales, Stupía fue invitado por Pérez Oramas mismo a presentar un conjunto vasto de su obra. Mientras recorre la bienal confiesa que entendió más claramente la razón por la que fue convocado a partir de verla en su conjunto. Pero sobre todo al poder conocer a los artistas con los cuales le toca convivir. “Inclusive, llegué a comprender cosas de mi propio trabajo que yo no había visto”, explica. Y sigue: –Para mí es un doble efecto muy fuerte. En especial lo que tiene que ver con esa noción de catalogación que sobrevuela la bienal, como si el mundo fuera un gran catálogo. Esa acumulación más o menos ordenada o desordenada que remite también a la idea de clasificaciones, de rótulos, de archivos. Es allí que pienso que Pérez Oramas percibió en mi trabajo una especie de catalogación de signo gráfico, sólo que disimulada y presentada como lenguaje o al revés. Un lenguaje que se despliega pero al mismo tiempo se muestra como un entretejido de signos interrelacionados entre sí. Como si cada obra fuera la puesta en escena de un orden posible. Creo que vio eso en mis trabajos y es algo que yo pude haber pensado pero nunca lo había visto tan claramente así.
–Más allá de esa experiencia personal ¿qué impresión tenés?
–Diría que es una bienal que permite leer artista por artista y al mismo tiempo la lógica heterogénea que los agrupa, los justifica y de algún modo le da sentido a todo. Creo que la idea de constelaciones que amplía el título de la exhibición, “La Inminencia de las poéticas” lo expresa bien, porque uno puede pensar que el curador revela, por ejemplo, que cada obra es una constelación en sí misma.
-¿Qué definiría esa idea de constelación?
-Puntos aparentemente azarosos que unidos hacen una figura. Es decir que, aunque inconexos en apariencia, pueden definir una figura. En ese sentido diría también que la Bienal es una constelación en sí misma y los artistas esos puntos que el curador vincula. Siendo uno mismo artista, uno de esos puntos, se ve a sí mismo como una parte integral de ese todo. Un tipo de relación que también define la propia.
–¿Y qué sentís con relación al título “La inminencia de las poéticas” que opera de manera tan amplia que abarca un amplio rango de cosas?
–Me da la impresión de que es como si hubiera trabajado sobre lo no consagrado de manera espectacular y no sólo en el sentido de tamaño. Sino que se dirige a lo que está por venir. Algo que apunta a un estado de atención sobre lo que vendrá.

Fuente: clarin.com

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