VIVIR EN BABEL


                                                                                                                     Pieter Brueghel, El Viejo. Escuela Flamenca, 1525-1569. 'La Torre de Babel', 1563

VIVIR EN BABEL
       
¿Quiere Usted viajar sin moverse de Buenos Aires y alrededores?
     Esta casa puede ser su solución. Veamos...
     Sólo basta con combinar un “tour de propietaire” a esa inacabable caja de sorpresas que es la casa de Eleonora, mezcla rara de tienda berebere de campaña, sotobosque amazónico, mercado persa pre-Khomeini, invernáculo inglés victoriano, bambalina del Teatro alla Scala de Milán, feria de pájaros de Pompeya y fondo del Mar de las Antillas.
Es inútil tratar de averiguar con precisión de dónde vienen tantas presencias, tantas evocaciones, tantas alusiones e historias: de Bali o del Sahara, de la Provence o Machu Picchu, de Beverly Hills o Pehuajó, de Marrakech o Hong Kong, del Tigris o del Éufrates o de la mismísima Mesopotamia por
ellos delimitada.
Quizás movida por inquietudes ancestrales de normandos exploradores establecidos desde casi siempre en la verde Irlanda, quizás debido a ese particular sello llegado desde Guillermo el Conquistador hasta los vastos ponientes de su entrañable y pampeana General Pico de adopción o a lo mejor por tener un espíritu compulsivamente nómade, trashumante.
Quizás por esos inevitables destellos germanófilos heredados de la Leipzig de Bach, de Mendelssohn y de Wagner a través de su familia política, propietaria de afamados viñedos en Bingen, sobre el Rhin.
O quizás de todos a la vez, en dosis cuidadosamente estudiadas y aplicadas con artesanal paciencia digna de la Gran Muralla China, con intuición de pitonisa, dedicación obsesiva y alquimia pura, propia, personal.
Viajera incansable, sensible, atenta, sagaz cazadora de objetos a quien a la vuelta de sus viajes por lo general sólo le queda una variante para ser llevada desde Ezeiza a su casa: ¡un camión de mudanzas!
Esas cajas de Pandora que son las casas de Eleonora - salió así sin la mínima intención de hacerlo en verso - son sólo posibles cuando todos esos elementos tan dispares están ligados por su singular personalidad y su osadía sin par.
Eleonora se resiste a hacer casas argentinas convencionales.
Sus casas, esas multifacéticas régies, son verdaderas torres de Babel decorativas.
Tiene Eleonora esa cuota de coraje que hace falta para llegar a lo genial.
Tiene fantasía. Y sus casas expresan su mundo. Su mundo, es el mundo de la fantasía.
Eleonora es, además de ambientadora, como suele autodefinirse, alquimista por naturaleza.
Mezcla y bate sin inhibiciones y le salen cosas como lo que documentan estas fotos: un cóctel inaudito donde cada elemento tiene una marcada intencionalidad, donde ningún accesorio tiene la condición de accesorio, donde todo es alevosamente cuidado y premeditadamente buscado, aunque ella pretenda disimularlo de una y mil maneras.
Mezcla y bate personas y personajes - ella misma es uno – en fiestas memorables por lo insólitas, divertidas, insospechadas.
Es también una consumada cocinera: mezcla, bate y dispone en bowls de porcelanas orientales traslúcidas deliciosos ingredientes multicolores – caviares rusos, negros y rojos, rosados salmones ahumados, hispánicas alcaparras – que a elección de sus huéspedes poblarán sus ya célebres blinis, a los que prepara con devoción benedictina y sirve con un riquísimo vodka casero.
Eleonora siempre busca seducir, sabe hacerlo y lo logra.
Es imposible resistirse. Como la hechicera de una tribu, mezcla y mezcla. Muebles, adornos, objetos de arte; invitados y potajes fantásticos. Ella goza al ambientar. Goza al cocinar. Goza al recibir. Goza plenamente con todo y éso se nota.
Todas sus ambientaciones, fiestas y manjares son verdaderas puestas en escena con un común denominador: el amor con que están hechos y el indeleble estilo de su calidez única y su inconfundible toque personal. Sacuden los sentidos. Podrán gustar o no, pero de lo que no cabe ni un ápice de duda es de que nos será imposible permanecer indiferentes.

                                                                                                                                                                  Pedro L. Baliña
                                                                                                                                                                         Buenos Aires, 1995

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