EL MEJOR ARTE DEL ESPACIO PÚBLICO

Un equipo de arquitectos y artistas de todo el país eligió, a pedido de Ñ, las obras imprescindibles a cielo abierto de la Argentina, con una variable común a todas: el acceso libre y gratuito. Canto al Trabajo (Buenos Aires) y Al Ejército de los Andes (Mendoza), a la cabeza de las preferencias.

Canto al trabajo. R. Yrurtia, Buenos Aires, 1907.
Monumento a la Bandera. A. Guido y otros, Rosario, 1957
Mural inspirado en “Jujuy: Los gauchos norteños”. A. Sirio, Buenos Aires, 1939.

Mural en Los Molinos Building. P. Siquier, Buenos Aires, 2008.
A Carlos María de Alvear. A. Bourdelle, Buenos Aires, 1926.

Fuente Las Nereidas. Lola Mora, Buenos Aires, 1903.
Ruinas Jesuitas de San Ignacio Miní. San Ignacio, Misiones, 1610
Hermandad Hispano-Argentina. L. B. Somoza, Mendoza, 1947.
Monumento de la Cruz. Daniel Cella, Santa Ana, Misiones, 2011
Biblioteca Nacional. C. Testa, Buenos Aires, 1992.
Sirena. Anónimo. Buenos Aires.
A la Democracia. G. Kosice, Buenos Aires, 2000.
Hércules arquero. A. Bourdelle, Buenos Aires, 1909.
Del Fin del Milenio. A. Williams, Buenos Aires, 1966.
Edificio Otto Wulff. M. F. Rönnow, Buenos Aires, 1912- 1914.

A Sarmiento. A. Rodin, Buenos Aires, 1900.
De los Españoles. A. Querol y otros, Buenos Aires, 1927.

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Al centro o al margen, pero siempre en la ciudad. Ahí es donde nacen las llamadas “obras de arte en espacio público”. Desde grafitis hasta monumentos históricos, desde edificios hasta murales, esculturas decorativas e intervenciones artísticas, existen muchas tipologías y tienen diferencias amplias. Aquí tuvimos una pequeña, reciente –y triste– época de oro para las intervenciones urbanas. Ocurrió desde el 2001 hasta alrededor del 2007. Entonces, las calles hervían. Y este tipo de obras, también. Desde entonces, la temperatura de las intervenciones todavía no descendió: tiene altas y bajas.
Actualmente, algunos más planificados que otros –no es lo mismo crear un monumento de 500 kilos que crear (intervenir) con aerosol una publicidad impresa sobre papel–, el arte ubicado en el espacio público tiene una característica común: el acceso libre y gratuito. Funciona, así, como recordatorio al paso. Como memorial –snack urbano, de rápido bocado pero lenta digestión–. Sin embargo, algunas obras llegan a cumplir una condición que otras no: algunas, con el tiempo y gracias al pueblo –y a la apropiación que éste hace de estas obras–, llegan a convertirse en patrimonio cultural.
Poniendo el acento en la importancia de este tipo de obras de arte tan especial, Ñ consultó a trece especialistas de todo el país, desde Misiones a Ushuaia, pidiéndoles que eligieran los trabajos que, a su parecer, son los más representativos a nivel nacional. Y las obras que seleccionaron  fueron, en su mayoría, monumentos, categoría a la que pertenecen las dos obras elegidas por los expertos como la más destacadas en territorio nacional: Canto al Trabajo, de Rogelio Yrurtia (Buenos Aires, 1907), y Monumento al Ejército de los Andes, de Juan Manuel Ferrari (Mendoza, 1914).
“Monumentos –dirá más tarde Marina Aguerre, historiadora del arte especializada en el tema– esas obras que se diferencian de las esculturas por su carácter conmemorativo y su fin predeterminado”. Por haber sido elegido por la mayoría de los especialistas, entonces, es que surgen las preguntas. Cuando alguien dice “monumento” inmediatamente aparece, en el imaginario general, la visión de un héroe a caballo realizado en bronce. Pero parecería que los monumentos contemporáneos ya no son así. ¿Qué diferencias existen?
“Durante mucho tiempo se auguró el fin, la muerte del monumento conmemorativo –contesta Aguerre–. Se decía que era un objeto que había  tenido su sentido en una determinada época, como en los siglos XIX o XX. Sin embargo, lo que se ve es que, como objetos simbólicos, los monumentos contemporáneos siguen teniendo el mismo carácter de conmemoración. Y hay otro fin que siguen manteniendo: el pedagógico.
Por otra parte, no hay que olvidar los recursos estéticos a los que se apelaron en los distintos momentos: la escultura conmemorativa de fines del siglo XIX y principios del siglo XX era absolutamente realista. Por lo tanto predetermimucho más decodificable que estas obras contemporáneas abstractas, hechas con materiales no necesariamente caros ni valorados en términos de su materialidad.
“Buenos Aires es una ciudad que tiene muchísimas obras de arte en el espacio público –comenta por su parte Silvia Fajre, arquitecta especializada en patrimonio y ex ministra de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires– algunas de una calidad excepcional. Y conviven con dos criterios: algunas fueron emplazadas desde un concepto de adorno o embellecimiento de un lugar, dentro de una ciudad mucho más  planificada, como pasa con el monumento De los Españoles, por ejemplo. Hay otras obras de arte que se instalaron posteriormente en el  espacio público, que pasaron a enriquecerlo, pero que no fueron pensadas de forma especial ni con tal fin, como por ejemplo las obras que están en la Avenida 9 de Julio. Estas vienen como adición al mensaje público existente, dado que la 9 de Julio nunca fue prevista como un  paseo de las esculturas”. ¿Quién decide qué obra va emplazada en determinado lugar? “Quien decide qué obra y dónde, es un proceso no muy claro –sigue Fajre–. Muchas veces es el resultado de circunstancias muy particulares, como la donación de una obra, o la voluntad política de  poner una obra en determinado lugar. Pero este proceso que, justamente, debería ser muy aceitado, no lo es. No existe un plan de localización de obras en el espacio público”.
¿Cómo distinguir lo que merece ser recordado de lo que no, dentro del espacio público? “Lo que merece ser recordado va mucho cargar de una  serie de contenidos, en función de que la gente lo elige como un ícono muy significativo. Y supongo que lo eligen no sólo por su valor estético, sino porque ocupa un lugar estratégico dentro de la ciudad, en el cual su mensaje cobra otra dimensión.”
“El Obelisco fue una consecuencia de la decisión del espacio público, no fue generador del espacio público –comenta por su parte el arquitecto Ramón Gutiérrez–. A los tres meses de construido, el Concejo Deliberante decidió demolerlo. Lo votó. Pero el presidente Justo determinó que, con menos de un año de vida, fuera monumento nacional. Y así se salvó el Obelisco. A nadie hoy se le ocurriría demolerlo. Pero eso demuestra cómo el problema de la apropiación patrimonial es un tema contextual, de época”.
Como resultado del proyecto planteado por Ñ, otro tipo de obra resultó elegida por los especialistas reiteradamente: los murales, una expresión importante en el arte de espacio público de nuestro país. Como el realizado por el artista Pablo Siquier en 2009, en el edificio Los Molinos de Puerto Madero, o el de Luis Seoane, de 1960, en la sala Casacuberta del Teatro General San Martín, “un mural que, más allá de sus extraordinarias dimensiones y tal como pasa con otros grandes murales de Buenos Aires, corre el riesgo de pasar desapercibido como un motivo más de decoración, por la disposición de los elementos de la arquitectura”, dice sobre él el artista Eduardo Stupía, uno de los consultados. El tercer mural que resultó elegido por los especialistas fue el del edificio de Correos de Ushuaia.
No sorprende que la pintura mural haya llamado la atención de varios de los consultados, en regiones tan diferentes, dado que la Argentina  existe una interesante tradición de pintores muralistas, como los del Taller de arte mural, formado por Antonio Berni, Juan C. Castagnino, Lino E. Spilimbergo y Demetrio Urruchúa –quienes, junto con Manuel Colmeira Guimaraes, pintaron, en 1946, los murales de las Galerías Pacífico–.
También son importantes los murales de la escuela-taller de Benito Quinquela Martín en La Boca (1936), los murales en mayólica que aparecen en las estaciones de subte de Buenos Aires, realizados muchos de ellos durante la década de 1930, reproduciendo obras de artistas ya  conocidos; los frescos de Castagnino, Policastro y Urruchúa en la galería San José del barrio de Flores (1956); los frescos de Battle Planas,  Leopoldo Presas, Leopoldo Torres Agüero, Getrudis Chale, Noemí Gerstein y Raúl Soldi de la galería Santa Fe, en Recoleta (1954-56); los más de 30 murales de la ciudad de Corrientes, realizados por el grupo Arte ahora (1980-1990).
Aunque, claro, de todos ellos, sólo los de Corrientes  se ubican en la calle. Y también los realizados recientemente por camadas de artistas jóvenes, con técnicas alternativas y de permanencia  efímera. ¿La coincidencia de unos y otros? Su voluntad de libre acceso y participación, una voluntad activa, dinámica. Generadora. Un estímulo al diálogo. Como lo es la misma calle, escenario y paraíso del arte público.

Cuerpo de consultores

Ana María Battistozzi. Crítica de arte, curadora y gestora.
Eliana Bórmida. Arquitecta, Premio Konex 2012.
Américo Castilla. Presidente de la Fundación TYPA.
Silvia Fajre. Arquitecta y planificadora urbana, ex ministra de cultura porteña.
Ramón Gutiérrez. Arquitecto. Fundador del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana, CEDODAL.
Miguel Jurado. Arquitecto. Editor adjunto de ARQ, Clarín.
Leonardo Lupiano. Especialista en conservación.
Elena Martínez. Directora de Patrimonio de Salta.
Alfredo Poenitz. Doctor en Antropología Social.
Rep. Artista plástico y gráfico.
Beatriz Soto García. Artista.
Eduardo Stupía. Artista.
Eduardo Villar. Editor de la sección Arte de la Revista Ñ.

Obra que resiste con hidalguía


Por Ana Maria Battistozzi - Crítica de arte


La lógica de la escultura tiene sus convenciones –sostiene la crítica norteamericana Rosalind Krauss– y más allá de que se hayan mostrado lo suficientemente flexibles como para adecuarse a los cambios de la modernidad, no pueden servir a cualquier cosa, (por caso que un videasta como Bill Viola sea premiado en el rubro escultura, en la Bienal de Venecia). Tales convenciones hacen que la escultura sea inseparable de la lógica del monumento dentro de una tradición que atraviesa gran parte del arte occidental. Desde la estatua de Marco Aurelio a la infinidad de esculturas que proliferaron en espacios públicos de Europa y América durante el siglo XIX y principios del XX. Es decir, lo que el gran público reconoce en ella es una representación conmemorativa. Sobre todo si se asienta en el espacio público. Y aunque la mayor de las veces sea definida por formas verticales y grandes pedestales no siempre es estrictamente así, tal como ocurre con Canto al trabajo . El grupo escultórico de Rogelio Yrurtia que resultó elegido seguramente lo fue por su forma y contenido. Pero también porque ha resistido con notable hidalguía la indiferencia de los porteños frente a los monumentos. Tanto más si se piensa en cuán heroicamente sobrelleva la fatalidad de habitar el espacio público en una megaurbe del siglo XXI evocando valores y formas propias del siglo XIX. No es difícil imaginar lo que implica medirse con la desmesura del crecimiento urbano desde un monumento a escala de principios del siglo XX que plasma una visión utópica, que confió la grandeza de un pueblo al esfuerzo de sus hombres. Una alegoría dedicada al poder del trabajo en tiempos de su progresiva extinción parecería un contrasentido propio de estos tiempos. Acaso sea la dimensión nostálgica uno de sus mayores encantos. Pienso entonces que el gran atractivo que ejerce Canto al trabajo, tiene que ver con el diálogo armónico que logró mantener con su entorno a través de los años. Al punto de que si algo le pasara, la gente que circula distraída ante él seguramente lo echaría en falta. No son demasiados los monumentos por los que los habitantes de la ciudad se batirían en cruzada. De la mayoría de ellos se desconoce qué evocan. Hoy que los verdaderos monumentos de la ciudad contemporánea son sus edificios, los jóvenes eligen fotografiarse en el Puente de Calatrava en Puerto Madero y no incorporan a su escenario Canto al Trabajo.

URGE TOMAR MEDIDAS

El patrimonio escultórico de Buenos Aires es importantísimo pero está en un estado calamitoso.
Desde hace varios años, el patrimonio escultórico de la Ciudad está siendo cada vez más agredido como resultado del que para mí es nuestro peor problema: la falta de educación.
La grave emergencia que está sufriendo el patrimonio escultórico de la Ciudad requiere urgentes medidas coyunturales para resolver la contingencia y salvar obras MUY IMPORTANTES.
El aumento de la pobreza, de la cantidad de gente en situación de indigencia y el actual estado general de inseguridad, vienen repercutiendo muy negativamente sobre las condiciones actuales de las importantes obras que integran el notable patrimonio escultórico de la Ciudad.
Hace muchos años, desde que Carlos Grosso era Intendente Municipal de Buenos Aires, intento salvar una de las más grandiosas obras de arte de la Ciudad: el Monumento a Sarmiento, hecho por Auguste Rodin, padre de la escultura moderna, que está en un alarmante estado de deterioro y es permanentemente agredido.
Muchos países del Mundo, aún desconociendo quien fue Domingo Faustino Sarmiento, darían cualquier cosa por tener ese monumento dentro de sus patrimonios públicos.
Personalmente consideraría una gestión exitosa al frente del M.O.A., la coordinación de Monumentos y Obras de Arte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a la que lograra asegurar la preservación para las futuras generaciones de argentinos a cinco de las obras del patrimonio escultórico de la Ciudad a las que considero fundamentales:

- MONUMENTO A SARMIENTO, de Auguste Rodin
- HERACLES ARQUERO, de Antoine Bourdelle.
- EL PENSADOR, también de Auguste Rodin.
- CANTO AL TRABAJO, de Rogelio Yrurtia.
- FUENTE DE LAS NEREIDAS, de Lola Mora.

Creo que por el Monumento a Sarmiento de Rodin y por el Herakles Arquero de Bourdelle, el GCBA debería hacer un convenio con la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación y darlos en custodia al Museo Nacional de Bellas Artes, para ser exhibidos bajo techo, junto a sus colecciones permanentes. Tal como se hizo con el sable corvo del General José de San Martín, que, desde que fue recuperado después del último robo, fue dado en custodia al Regimiento de Granaderos a Caballo, que lo tiene en un templete blindado en la entrada del edificio de la Jefatura, en su cuartel de Palermo.
El proyecto de la diputada porteña Teresa Anchorena para trasladar a El Pensador de Rodin desde su actual ubicación en Plaza Lorea al rellano central de la escalinata del Congreso Nacional, está aprobado desde hace cuatro años.
Me pregunto qué esperan los senadores para terminar de conformar ese traslado.
¿Estarán esperando que esa maravillosa escultura vuelva a ser salvajemente vandalizada como lo fue el año pasado?
A esa magnífica obra del gran Rogelio Yrurtia que es el Canto al Trabajo, la reja con la que se lo rodeó resulta insuficiente y tiene fácil acceso a través de una puerta que forma parte de ella. Debería desalojarse al o los indigentes que se han instalado adentro mismo del centro de la obra con todos sus enseres, restaurar la obra y cerrar bien la puerta, cuidando que la obra no vuelva a ser invadida.
La Fuente de las Nereidas de Lola Mora, es permanentemente rota y saqueada y el cercano paso de autos a su alrededor le transmiten vibraciones muy perjudiciales para el gran grupo escultórico. Debería hacérsele una pileta a modo de foso todo alrededor de 3 m de profundidad, para que no se pueda hacer pie, y 5 m de ancho y tenerlo permanentemente lleno con agua. Esa agua contrarestaría las vibraciones del paso de los autos de alrededor y desalentaría a elementos dañinos que constantemente acceden a su parte central con la intención de robarle piezas a la obra o de agredirla y vandalizarla.

Pedro L. Baliña

Profesor Nacional de Bellas Artes.
Ex asesor del Ministerio de Ambiente y Espacio Público del GCBA sobre el tema de la puesta en valor de las obras de arte de los espacios públicos de la Ciudad.

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