UN PASEO POR EL INFIERNO Y EL PARAÍSO DE GIACOMETTI

Atípico, independiente, chamán. El suizo Alberto Giacometti fue uno de los artistas más grandes del siglo XX. Por primera vez su obra se muestra en la Argentina, en la Fundación Proa. Aquí, una aproximación diferente a su mundo y sus trabajos, con un enfoque pedagógico que liga cada texto con una imagen de su obra, en una relación profunda. Además, una videoentrevista con Véronique Wiesinger, directora de la Fundación Giacometti de París, con revelaciones de la muestra.

Retrato de Alberto Giacometti de frente ( Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti, París).

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Se dijo mucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo Alberto Giacometti. Pero se comentó poco sobre su vida íntima. Ella también nos puede otorgar claves para conocerlo, para entrar a sus obras. Esta información local escasa, acerca de la vida del artista se debe, quizás, a la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, directora de la Fundación Giacometti y curadora de la muestra que ahora se expone en Proa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una entrevista con Ñ, que no es necesario saber acerca de la vida personal de un artista para poder comprender su trabajo. Y esto puede ser verdad. Sin embargo, existen anécdotas sobre Giacometti que son ricas, que detallan su personalidad y que complejizan aún más su figura: me las contó la misma Wiesinger, entusiasmada. Decidimos ahora transcribirlas aquí, a lo largo de esta nota.
Realizada luego de varios recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la Fundación Proa –espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se detiene en algunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas comentarios y opiniones del mismo Giacometti –que realizó una gran producción como escritor–, inéditas hasta ahora, cuando se conocen a través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa. También por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del Estado de Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del escultor a principios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una selección y curaduría diferentes.

Una vida intensa se aventura al siglo XX 

Como se sabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió inmerso en todo ese mundo propio que significa el taller de un artista. Su tío también pintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, desde pequeño lo cautivó la escultura. En 1922, con 21 años, el artista dejó su Suiza natal para viajar a París, a estudiar con el reconocido escultor Antoine Bourdelle. Y aunque rápidamente se decepcionó de su enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse a un mundo que, hasta entonces, le había sido desconocido: la producción artística de los pueblos no occidentales.
Giacometti aprendió de Bourdelle toda una serie de experimentaciones en torno a las nociones de monumento y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, y pueden percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí están las bases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se ubican las obras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las bases ubican a las esculturas para que las veamos a determinada altura, para que contactemos con ellas de maneras más o menos directas. Para que nos parezcan, a veces un monumento, a veces un par nuestro.
Alrededor de 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean Cocteau, André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se incorporará al grupo, y participará de sus actividades y publicaciones, hasta 1935, año en que lo expulsan. La razón: durante esos años Giacometti diseñó apliques de pared y joyas junto a uno de sus hermanos –Diego–, para los diseñadores Jean-Michel Frank y Elisa Schiaparelli, cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieron como una traición.
Durante la Segunda Guerra Mundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a Annette Arm, con quien se casó en 1949. Ella fue una de sus modelos favoritas. Desde 1945 volvió a vivir a París. En paralelo, expuso en distintas galerías de Nueva York.
En 1962 fue invitado a exhibir una muestra individual en la Bienal Internacional de Arte de Venecia, donde ganó el Gran Premio de Escultura (ése fue también el año en que por primera vez un artista argentino, Antonio Berni, obtuvo un Gran Premio, el del Grabado, en la Bienal).
Durante la última época de su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven prostituta francesa, Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez Adrien”, cuando ella tenía 21 años. Carolinne aparece en varios de los retratos que se exhiben en Proa.
Giacometti murió en 1966, debido a una insuficiencia cardíaca. A pesar de que la curadora de la exhibición, Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el escultor se alimentaba mal, bebía demasiado café y fumaba enormidades. La pericarditis por la que murió fue derivación de una bronquitis crónica.

Un paseo por el infierno y paraíso de sus esculturas

1- Retrato de Alberto Giacometti
(Créditos: Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Ciertamente, practico la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la primera vez que dibujé o pinté, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme, para crecer: crecer para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes, para avanzar lo más posible en todos los planos, en todas las direcciones, para defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para ser lo más libre posible; lo más libre posible para intentar –con los medios que hoy me son propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprender mejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar, para entregarme al máximo a lo que hago, para correr mi aventura, para descubrir nuevos mundos, para hacer mi guerra, por el placer (¿) por la satisfacción (¿) de la guerra, por el placer de ganar y de perder”.

Respuesta de una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe siécle, junio de 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación Proa, 2012.


MUJER CUCHARA. De frente y perfil, realizada con inspiración de la escultura africana y de Oceanía.

2- La mujer cuchara, de frente y de perfil

“Nada se me apareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de dibujo. Las tentativas a las que a veces me he entregado, de realización consciente de un cuadro o incluso de una escultura, han fracaso siempre”, decía Giacometti. En cambio, él soñaba. Intuía. Buscaba la forma por medio de las manos, como si hubiera sido tan sólo un “transmisor” de las obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se ofrecían a mi espíritu.”
“El artista era visto como un vehículo de algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describe esta situación Véronique Wiesinger.
En esta escultura de 1927 –“Mujer cuchara”– realizada en yeso, en la época en la que Giacometti recién se instalaba en París, el artista se encontraba en plena etapa de descubrimiento de la escultura africana y de Oceanía, gracias a las clases que tomaba con Antoine Bourdelle. Y también escuchaba muy atentamente, durante este mismo período, los consejos de sus nuevos amigos, los artistas Ossip Zadkine, Jacques Lipchitz, Constantin Brancusi, Henri Laurens. De cada uno de ellos tomará, Giacometti, elementos para crear sus obras: de Lipchitz, la utilización de las estructuras abiertas (aunque nunca reconocerá esta influencia); de Laurens, la cristalización de una sensación de espacio y de trabajo del vacío en torno a la materia; de Brancusi, a Giacometti le llamaron la atención las formas orgánicas de sus obras, y su aspecto pulido.
De todos estos estudios y observaciones, se derivarán luego características de las obras de Giacometti, que ya pueden verse asomando en “Mujer…”: la obra como un estatuto intermedio entre el objeto y la escultura; su aspecto totémico; y los puntos de vista privilegiados. En el caso de la obra “Mujer…” el carácter plano, achatado, le confieren también rasgos de objeto de culto.

Las manos de Giacometti. (Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).
3- Las manos de Giacometti. (Créditos: Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Una vez construido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y desplazados, imágenes, impresiones, hechos que me han conmovido profundamente, (sin saberlo, a menudo), formas que siento que me son muy próximas, aunque, con frecuencia, sea incapaz de identificarlas, lo que me las hace cada vez más perturbadoras.”

 De: “Sólo indirectamente puedo hablar de mis esculturas”

4- La femme au chariot (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). De: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

En las esculturas de Giacometti, muchas veces éstas se separan de sus propias bases, se anexan a ellas. Como ocurre con “Mujer con carro”, la figura de una mujer hecha en yeso, ubicada sobre una base de madera con cuatro ruedas.
Decía Giacometti sobre esta obra: “Quería evitar una base neutra apoyada pesadamente en el piso, algo que me parecía falso. Yo lo que quería era un vacío bajo los pies de la figura”. Lo escribió en 1950, en el borrador de una carta para el pintor Henri Matisse.
Otra de las características importantes de las obras de Giacometti: nunca son total ni perfectamente verticales, sino que están un poco ladeadas, torcidas, a propósito. El escultor provocaba esa fuerza diagonal para acentuar ciertas sensaciones. Todo este razonamiento suyo comenzó con la obra de Georges Braque, el pintor cubista. Sobre ella observó Giacometti: “¿Cómo expresar la sensación que provoca en mí la vertical apenas fuera de eje del florero y las flores que trepan sobre ese fondo gris…? Esa vertical de equilibrio inestable no fue trazada, sino que emana de la complejidad de las formas y de los colores.”
A. Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le Miroir, junio de 1952, en el catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

La cabeza como excusa para trabajar la forma. (Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París, 2012)

5- La cabeza como excusa para estudiar la forma (De: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa)

“Pinto una cabeza como pinto una manzana como pinto cualquier cosa”, decía Cézanne. Y Giacometti lo citaba. Porque las cabezas eran, para él también, excusas para trabajar la forma.
Decía Giacometti: “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. Se hacen confidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a otros… Se expanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos reflejos, como nosotros los hacemos en miradas y palabras…”
AG en entrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa.

Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne.

6- Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne

Era conocido el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar burdeles continuamente. Le llamaban especialmente la atención aquellas mujeres de personalidad fuerte: su madre, Annetta, su hermana Ottilia, su primera amante, Isabel Nicholas, su mujer, Annette Arm, y Carolinne, la prostituta que fue su última pasión. A todas las retrató en largas jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar para AG”, comenta Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Por eso buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. Su mujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.
En 1946, Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y Jean- Paul Sartre también iban a ser retratados por el escultor. Con el tiempo, devinieron amigos.
A partir de 1950, a pesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas, Giacometti fue abandonando la representación precisa de los objetos por algo más difícil: la representación de una atmósfera, de un clima en torno de la figura. Se fijó en la relación de la obra con su entorno.
Por eso en sus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una energía, una proximidad. “Para mí, se trata solamente de intentar ver cómo se sostiene la cabeza en el espacio. Así que yo no pienso ni en el interior de la persona ni en su personalidad”, decía a Jean-Marie Drot, en 1962. “Entiendo que tiene importancia, pero no puede tener importancia para mí mientras trabajo. No se trata de poner las cosas más o menos en su lugar. Para mí, la apariencia y el núcleo son la misma cosa, ¿o no? Hasta podría decirse que la apariencia es el núcleo mismo (…) Para mí, el arte no es más que un medio para descubrir cómo veo el mundo exterior.”
Giacometti en su taller, mirando la pequeña escultura de costado.

7- Giacometti en su taller

SEMBLANTE. Giacometti nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de su sentido del humor.
Giacometti nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un excelente sentido del humor. Esto se debía al mal estado de su dentadura: era un fumador empedernido, y sus dientes lo sufrían. Por eso, posaba serio, ante las cámaras.

Fuente: Revista Ñ Clarín

Se dijomucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo Alberto Giacometti. Pero secomentó poco sobre su vida íntima. Ella también nos puede otorgar claves para conocerlo,para entrar a sus obras. Esta información local escasa, acerca de la vida del artistase debe, quizás, a la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, directora dela Fundación Giacometti y curadora de la muestra que ahora se expone enProa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una entrevista con Ñ,que no es necesario saber acerca de la vida personal de un artista para podercomprender su trabajo. Y esto puede ser verdad. Sin embargo, existen anécdotassobre Giacometti que son ricas, que detallan su personalidad y que complejizanaún más su figura: me las contó la misma Wiesinger, entusiasmada. Decidimosahora transcribirlas aquí, a lo largo de esta nota.

Realizadaluego de varios recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la
FundaciónProa –espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se detiene enalgunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas comentarios y opinionesdel mismo Giacometti –que realizó una gran producción como escritor–, inéditashasta ahora, cuando se conocen a través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa.También por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del Estadode Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del escultor aprincipios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una selección y curaduríadiferentes.


Una vida intensa atraviesa elsiglo 

Como sesabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió inmerso entodo ese mundo propio que significa el taller de un artista. Su tío tambiénpintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, desde pequeño lo cautivó laescultura. En 1922, con 21 años, el artista dejó su Suiza natal para viajar aParís, a estudiar con el reconocido escultor Antoine Bourdelle. Y aunquerápidamente se decepcionó de su enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse aun mundo que, hasta entonces, le había sido desconocido: la producciónartística de los pueblos no occidentales.

Giacomettiaprendió de Bourdelle toda una serie de experimentaciones en torno a lasnociones de monumento y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, ypueden percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí están lasbases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se ubican lasobras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las bases ubican alas esculturas para que las veamos a determinada altura, para que contactemoscon ellas de maneras más o menos directas. Para que nos parezcan, a veces unmonumento, a veces un par nuestro.

Alrededorde 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean Cocteau,André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se incorporará al grupo,y participará de sus actividades y publicaciones, hasta 1935, año en que loexpulsan. La razón: durante esos años Giacometti diseñó apliques de pared yjoyas junto a uno de sus hermanos –Diego–, para los diseñadores Jean-MichelFrank y Elisa Schiaparelli, cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieroncomo una traición.

Durante la Segunda GuerraMundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a Annette Arm, con quien secasó en 1949. Ella fue una de sus modelos favoritas. Desde 1945 volvió a vivira París. En paralelo, expuso en distintas galerías de Nueva York.

En 1962 fueinvitado a exhibir una muestra individual en la Bienal Internacionalde Arte de Venecia, donde ganó el Gran Premio de Escultura (ése fue también elaño en que por primera vez un artista argentino, Antonio Berni, obtuvo un GranPremio, el del Grabado, en la Bienal).

Durante laúltima época de su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven prostituta francesa,Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez Adrien”, cuando ella tenía21 años. Carolinne aparece en varios de los retratos que se exhiben en Proa.

Giacomettimurió en 1966, debido a una insuficiencia cardíaca. A pesar de que la curadora dela exhibición, Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el escultor sealimentaba mal, bebía demasiado café y fumaba enormidades. La pericarditis porla que murió fue derivación de una bronquitis crónica.


Un paseo por el infierno y paraíso desus esculturas

1- Retratode Alberto Giacometti de frente (Créditos:Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti,París).

“Ciertamente,practico la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la primera vezque dibujé o pinté, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme,para crecer: crecer para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarmecon uñas y dientes, para avanzar lo más posible en todos los planos, en todaslas direcciones, para defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para serlo más libre posible; lo más libre posible para intentar –con los medios quehoy me son propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprendermejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar, paraentregarme al máximo a lo que hago, para correr mi aventura, para descubrirnuevos mundos, para hacer mi guerra, por el placer (¿) por la satisfacción (¿)de la guerra, por el placer de ganar y de perder”.

Respuestade una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe siécle, juniode 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación Proa, 2012.

2- La mujeraplastada-blanca, de frente y de perfil

“Nada se meapareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de dibujo. Las tentativasa las que a veces me he entregado, de realización consciente de un cuadro o inclusode una escultura, han fracaso siempre”, decía Giacometti. En cambio, él soñaba.Intuía. Buscaba la forma por medio de las manos, como si hubiera sido tan sóloun “transmisor” de las obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se ofrecíana mi espíritu.”

“El artistaera visto como un vehículo de algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describeesta situación Véronique Wiesinger.

En estaescultura de 1927 –“Mujer cuchara”– realizada en yeso, en la época en la que
Giacomettirecién se instalaba en París, el artista se encontraba en plena etapa de descubrimientode la escultura africana y de Oceanía, gracias a las clases que tomaba conAntoine Bourdelle. Y también escuchaba muy atentamente, durante este mismo período,los consejos de sus nuevos amigos, los artistas Ossip Zadkine, JacquesLipchitz, Constantin Brancusi, Henri Laurens. De cada uno de ellos tomará,Giacometti, elementos para crear sus obras: de Lipchitz, la utilización de lasestructuras abiertas (aunque nunca reconocerá esta influencia); de Laurens, lacristalización de una sensación de espacio y de trabajo del vacío en torno a lamateria; de Brancusi, a Giacometti le llamaron la atención las formas orgánicasde sus obras, y su aspecto pulido.

De todosestos estudios y observaciones, se derivarán luego características de las obrasde Giacometti, que ya pueden verse asomando en “Mujer…”: la obra como unestatuto intermedio entre el objeto y la escultura; su aspecto totémico; y lospuntos de vista privilegiados. En el caso de la obra “Mujer…” el carácterplano, achatado, le confieren también rasgos de objeto de culto.

3- Lasmanos de Giacometti. (Créditos: FrancoCianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Una vezconstruido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y desplazados, imágenes,impresiones, hechos que me han conmovido profundamente, (sin saberlo, amenudo), formas que siento que me son muy próximas, aunque, con frecuencia, seaincapaz de identificarlas, lo que me las hace cada vez más perturbadoras.”

De: “Sóloindirectamente puedo hablar de mis esculturas”

4- “Lafemme au chariot” (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). De: catálogo de la exhibición AlbertoGiacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París(2012). Buenos Aires: Fundación Proa

En lasesculturas de Giacometti, muchas veces éstas se separan de sus propias bases,se anexan a ellas. Como ocurre con “Mujer con carro”, la figura de una mujerhecha en yeso, ubicada sobre una base de madera con cuatro ruedas.

DecíaGiacometti sobre esta obra: “Quería evitar una base neutra apoyada pesadamente enel piso, algo que me parecía falso. Yo lo que quería era un vacío bajo los piesde la figura”. Lo escribió en 1950, en el borrador de una carta para el pintorHenri Matisse.

Otra de lascaracterísticas importantes de las obras de Giacometti: nunca son total niperfectamente verticales, sino que están un poco ladeadas, torcidas, a propósito.El escultor provocaba esa fuerza diagonal para acentuar ciertas sensaciones. Todoeste razonamiento suyo comenzó con la obra de Georges Braque, el pintorcubista. Sobre ella observó Giacometti: “¿Cómo expresar la sensación queprovoca en mí la vertical apenas fuera de eje del florero y las flores quetrepan sobre ese fondo gris…? Esa vertical de equilibrio inestable no fuetrazada, sino que emana de la complejidad de las formas y de los colores.”

Referencia:A. Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le Miroir, junio de 1952, en elcatálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Albertoy Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

5- Lacabeza (De: catálogo de la exhibiciónAlberto Giacometti- Colección de la Fundación Albertoy Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa)

“Pinto unacabeza como pinto una manzana como pinto cualquier cosa”, decía Cézanne. YGiacometti lo citaba. Porque las cabezas eran, para él también, excusas paratrabajar la forma.

DecíaGiacometti: “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. Se hacenconfidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a otros… Seexpanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos reflejos, comonosotros los hacemos en miradas y palabras…”

AG enentrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición AlbertoGiacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). BuenosAires: Fundación Proa

6- Alberto Giacometticon su mujer y su amante, Carolinne

Eraconocido el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar burdeles continuamente.Le llamaban especialmente la atención aquellas mujeres de personalidad fuerte:su madre, Annetta, su hermana Ottilia, su primera amante, Isabel Nicholas, su mujer,Annette Arm, y Carolinne, la prostituta que fue su última pasión. A todas lasretrató en largas jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar paraAG”, comenta Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Poreso buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. Sumujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.

En 1946,Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y Jean- Paul Sartretambién iban a ser retratados por el escultor. Con el tiempo, devinieronamigos.

A partir de1950, apesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas,
Giacomettifue abandonando la representación precisa de los objetos por algo más difícil: larepresentación de una atmósfera, de un clima en torno de la figura. Se fijó enla relación de la obra con su entorno.

Por eso ensus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una energía, una proximidad.“Para mí, se trata solamente de intentar ver cómo se sostiene la cabeza en elespacio. Así que yo no pienso ni en el interior de la persona ni en supersonalidad”, decía a Jean-Marie Drot, en 1962. “Entiendo que tieneimportancia, pero no puede tener importancia para mí mientras trabajo. No setrata de poner las cosas más o menos en su lugar. Para mí, la apariencia y elnúcleo son la misma cosa, ¿o no? Hasta podría decirse que la apariencia es elnúcleo mismo (…) Para mí, el arte no es más que un medio para descubrir cómoveo el mundo exterior.”

 Se dijo mucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo Alberto Giacometti. Pero se comentó poco sobre su vida íntima. Ella también nos puede otorgar claves para conocerlo, para entrar a sus obras. Esta información local escasa, acerca de la vida del artista se debe, quizás, a la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, directora de la Fundación Giacometti y curadora de la muestra que ahora se expone en Proa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una entrevista con Ñ, que no es necesario saber acerca de la vida personal de un artista para poder comprender su trabajo. Y esto puede ser verdad. Sin embargo, existen anécdotas sobre Giacometti que son ricas, que detallan su personalidad y que complejizan aún más su figura: me las contó la misma Wiesinger, entusiasmada. Decidimos ahora transcribirlas aquí, a lo largo de esta nota.

Realizada luego de varios recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la
Fundación Proa –espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se detiene en algunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas comentarios y opiniones del mismo Giacometti –que realizó una gran producción como escritor–, inéditas hasta ahora, cuando se conocen a través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa. También por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del Estado de Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del escultor a principios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una selección y curaduría diferentes.


Una vida intensa atraviesa el siglo 

Como se sabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió inmerso en todo ese mundo propio que significa el taller de un artista. Su tío también pintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, desde pequeño lo cautivó la escultura. En 1922, con 21 años, el artista dejó su Suiza natal para viajar a París, a estudiar con el reconocido escultor Antoine Bourdelle. Y aunque rápidamente se decepcionó de su enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse a un mundo que, hasta entonces, le había sido desconocido: la producción artística de los pueblos no occidentales.

Giacometti aprendió de Bourdelle toda una serie de experimentaciones en torno a las nociones de monumento y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, y pueden percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí están las bases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se ubican las obras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las bases ubican a las esculturas para que las veamos a determinada altura, para que contactemos con ellas de maneras más o menos directas. Para que nos parezcan, a veces un monumento, a veces un par nuestro.

Alrededor de 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean Cocteau, André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se incorporará al grupo, y participará de sus actividades y publicaciones, hasta 1935, año en que lo expulsan. La razón: durante esos años Giacometti diseñó apliques de pared y joyas junto a uno de sus hermanos –Diego–, para los diseñadores Jean-Michel Frank y Elisa Schiaparelli, cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieron como una traición.

Durante la Segunda Guerra Mundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a Annette Arm, con quien se casó en 1949. Ella fue una de sus modelos favoritas. Desde 1945 volvió a vivir a París. En paralelo, expuso en distintas galerías de Nueva York.

En 1962 fue invitado a exhibir una muestra individual en la Bienal Internacional de Arte de Venecia, donde ganó el Gran Premio de Escultura (ése fue también el año en que por primera vez un artista argentino, Antonio Berni, obtuvo un Gran Premio, el del Grabado, en la Bienal).

Durante la última época de su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven prostituta francesa, Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez Adrien”, cuando ella tenía 21 años. Carolinne aparece en varios de los retratos que se exhiben en Proa.

Giacometti murió en 1966, debido a una insuficiencia cardíaca. A pesar de que la curadora de la exhibición, Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el escultor se alimentaba mal, bebía demasiado café y fumaba enormidades. La pericarditis por la que murió fue derivación de una bronquitis crónica.


Un paseo por el infierno y paraíso de sus esculturas

1- Retrato de Alberto Giacometti de frente (Créditos: Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Ciertamente, practico la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la primera vez que dibujé o pinté, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme, para crecer: crecer para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes, para avanzar lo más posible en todos los planos, en todas las direcciones, para defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para ser lo más libre posible; lo más libre posible para intentar –con los medios que hoy me son propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprender mejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar, para entregarme al máximo a lo que hago, para correr mi aventura, para descubrir nuevos mundos, para hacer mi guerra, por el placer (¿) por la satisfacción (¿) de la guerra, por el placer de ganar y de perder”.

Respuesta de una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe siécle, junio de 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación Proa, 2012.

2- La mujer aplastada-blanca, de frente y de perfil

“Nada se me apareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de dibujo. Las tentativas a las que a veces me he entregado, de realización consciente de un cuadro o incluso de una escultura, han fracaso siempre”, decía Giacometti. En cambio, él soñaba. Intuía. Buscaba la forma por medio de las manos, como si hubiera sido tan sólo un “transmisor” de las obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se ofrecían a mi espíritu.”

“El artista era visto como un vehículo de algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describe esta situación Véronique Wiesinger.

En esta escultura de 1927 –“Mujer cuchara”– realizada en yeso, en la época en la que
Giacometti recién se instalaba en París, el artista se encontraba en plena etapa de descubrimiento de la escultura africana y de Oceanía, gracias a las clases que tomaba con Antoine Bourdelle. Y también escuchaba muy atentamente, durante este mismo período, los consejos de sus nuevos amigos, los artistas Ossip Zadkine, Jacques Lipchitz, Constantin Brancusi, Henri Laurens. De cada uno de ellos tomará, Giacometti, elementos para crear sus obras: de Lipchitz, la utilización de las estructuras abiertas (aunque nunca reconocerá esta influencia); de Laurens, la cristalización de una sensación de espacio y de trabajo del vacío en torno a la materia; de Brancusi, a Giacometti le llamaron la atención las formas orgánicas de sus obras, y su aspecto pulido.

De todos estos estudios y observaciones, se derivarán luego características de las obras de Giacometti, que ya pueden verse asomando en “Mujer…”: la obra como un estatuto intermedio entre el objeto y la escultura; su aspecto totémico; y los puntos de vista privilegiados. En el caso de la obra “Mujer…” el carácter plano, achatado, le confieren también rasgos de objeto de culto.

3- Las manos de Giacometti. (Créditos: Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Una vez construido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y desplazados, imágenes, impresiones, hechos que me han conmovido profundamente, (sin saberlo, a menudo), formas que siento que me son muy próximas, aunque, con frecuencia, sea incapaz de identificarlas, lo que me las hace cada vez más perturbadoras.”

De: “Sólo indirectamente puedo hablar de mis esculturas”

4- “La femme au chariot” (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). De: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

En las esculturas de Giacometti, muchas veces éstas se separan de sus propias bases, se anexan a ellas. Como ocurre con “Mujer con carro”, la figura de una mujer hecha en yeso, ubicada sobre una base de madera con cuatro ruedas.

Decía Giacometti sobre esta obra: “Quería evitar una base neutra apoyada pesadamente en el piso, algo que me parecía falso. Yo lo que quería era un vacío bajo los pies de la figura”. Lo escribió en 1950, en el borrador de una carta para el pintor Henri Matisse.

Otra de las características importantes de las obras de Giacometti: nunca son total ni perfectamente verticales, sino que están un poco ladeadas, torcidas, a propósito. El escultor provocaba esa fuerza diagonal para acentuar ciertas sensaciones. Todo este razonamiento suyo comenzó con la obra de Georges Braque, el pintor cubista. Sobre ella observó Giacometti: “¿Cómo expresar la sensación que provoca en mí la vertical apenas fuera de eje del florero y las flores que trepan sobre ese fondo gris…? Esa vertical de equilibrio inestable no fue trazada, sino que emana de la complejidad de las formas y de los colores.”

Referencia: A. Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le Miroir, junio de 1952, en el catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

5- La cabeza (De: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa)

“Pinto una cabeza como pinto una manzana como pinto cualquier cosa”, decía Cézanne. Y Giacometti lo citaba. Porque las cabezas eran, para él también, excusas para trabajar la forma.

Decía Giacometti: “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. Se hacen confidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a otros… Se expanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos reflejos, como nosotros los hacemos en miradas y palabras…”

AG en entrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

6- Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne

Era conocido el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar burdeles continuamente. Le llamaban especialmente la atención aquellas mujeres de personalidad fuerte: su madre, Annetta, su hermana Ottilia, su primera amante, Isabel Nicholas, su mujer, Annette Arm, y Carolinne, la prostituta que fue su última pasión. A todas las retrató en largas jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar para AG”, comenta Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Por eso buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. Su mujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.

En 1946, Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y Jean- Paul Sartre también iban a ser retratados por el escultor. Con el tiempo, devinieron amigos.

A partir de 1950, a pesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas,
Giacometti fue abandonando la representación precisa de los objetos por algo más difícil: la representación de una atmósfera, de un clima en torno de la figura. Se fijó en la relación de la obra con su entorno.

Por eso en sus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una energía, una proximidad. “Para mí, se trata solamente de intentar ver cómo se sostiene la cabeza en el espacio. Así que yo no pienso ni en el interior de la persona ni en su personalidad”, decía a Jean-Marie Drot, en 1962. “Entiendo que tiene importancia, pero no puede tener importancia para mí mientras trabajo. No se trata de poner las cosas más o menos en su lugar. Para mí, la apariencia y el núcleo son la misma cosa, ¿o no? Hasta podría decirse que la apariencia es el núcleo mismo (…) Para mí, el arte no es más que un medio para descubrir cómo veo el mundo exterior.”

7- Giacometti en su taller, mirando la pequeña escultura de costado.

Giacometti nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un excelente sentido del humor. Esto se debía al mal estado de su dentadura: era un fumador empedernido, y sus dientes lo sufrían. Por eso, posaba serio, ante las cámaras.
7- Giacomettien su taller, mirando la pequeña escultura de costado.

Giacomettinunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un excelente sentidodel humor. Esto se debía al mal estado de su dentadura: era un fumador empedernido,y sus dientes lo sufrían. Por eso, posaba serio, ante las cámaras.

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