EL MUSEO SE CONVIERTE EN UN SET DE FILMACIÓN

El MAMBA sigue así consolidándose como un novedoso centro de arte. Y es gratis.


Artistas trabajando. Uno de los artistas durante la filmación en vivo adentro del museo. /RODRIGO COCIÑA








Por Mercedes Pérez Bergliaffa
“Aquí en el sur los gigantes eran hermafroditas. Se escondían en la cordillera. Debes seguir su sangre: ella es condensación de luz”. Las palabras –misteriosas, dichas por una voz en off, casi un murmullo– marcan el ritmo de “Los Andes”, una de las animaciones que desde el miércoles se pueden ver en La bella y la bestia, la exposición que los artistas chilenos Cristóbal León y Joaquín Cociña inauguraron en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA).
Todo en esta muestra adquiere la forma de un cuento. Pero éstos no son ni cuentos de hadas infantiles, ni tienen un final feliz. Son cuentos que rozan la Historia, los sueños y las pesadillas, y la forma y los contenidos que poseen ciertas leyendas. A veces hasta tienen un costado epopéyico. Por eso también aparecen en ellos personajes monstruosos, escenas imposibles y, de repente, objetos o muñecos con cierto aire heroico (pero de héroe triste, denso, gris, casi marginal).
En los cuentos, narrados mediante animaciones realizadas en stop-motion, es decir, hechas en una de las técnicas posibles para hacer animaciones, mediante la cual los objetos estáticos van adquiriendo vida a través de la sucesión rápida de innumerables fotografías en las que ellos mismos van cambiando de posición o movimiento (algo parecido a lo que ocurrió, allá lejos y hace tiempo, con los viejos fotogramas utilizados en los comienzos del cine, o con algunos pioneros de la animación como James Stuart Blackton, el gran Segundo de Chomón y hasta el propio George Méliès y ya después de los años 50, con las animaciones de bajo costo de los países socialistas liderados por la Unión Soviética (URSS), en los que el Estado fomentó fuertemente –en tiempos previos a la caída del Muro– la animación). Las formas se deshacen, los colores cambian, los objetos se desintegran: estas animaciones tienen mucho de dibujo y de pintura, mucho del lenguaje plástico en su veta más artesanal y menos digital.
Pasa que los cuentos de León & Cociña no fueron contados a través de filmaciones de la realidad lisa, pura y llana, sino que, al contrario, en ellos toda realidad fue inventada a golpe de manualidad, oficio y edición. Usted mismo lo podrá ver claramente si va a la exposición, porque los artistas decidieron instalar en medio de ella el set de filmación de “La casa lobo”, la animación que están realizando en la actualidad. 


“La casa lobo” (en proceso). Una de las impactantes imágenes de esta muestra. / LEON & COCIÑA.

En la obra, cuentan la historia de una joven alemana que cada vez que quiere irse de su casa, ésta toma vida propia y la atrapa. Los artistas decidieron instalar el set en el MAMBA para poder ir mostrando en vivo y en directo todos los pasos del proceso de realización de sus animaciones, y posibilitar, así, que el público pueda hacer preguntas.
“Hicimos una experiencia parecida en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile”, comenta Cociña, mientras camina por la muestra junto a su curador, Javier Villa. “Ahora vamos a estar trabajando también dentro de un museo, continuando la realización de nuestro primer largometraje (“La casa lobo”), del cual sólo hay hechos 20 minutos. Cada tres días mostraremos los adelantos de la filmación en un monitor.” En la exposición también se muestran tres cortometrajes previos de los artistas. Se trata de “Lucía” y “Luis” –que junto con “La casa lobo” forman una trilogía–, y “Los Andes”, una obra de tres minutos de duración, de oscuro encanto. “Esta animación trata sobre ciertas líneas esotéricas que sostuvo el nazismo en la Patagonia chilena”, explica Cociña, “sobre el mito del origen de América explicado desde la óptica del escritor nazi chileno Miguel Serrano. El sostenía que en el origen del continente existían unos gigantes albinos, y que los mapuches se relacionan con eso.” Puede verse, en la filmación, cómo unos muñecos –con algo de marioneta hecha de papel, alambre y cinta scotch, a tamaño casi natural– van moviéndose por la escena, cambiando de forma, fundiéndose de repente con las paredes, con un reloj, con las ventanas y con el propio suelo.
Estas animaciones no son graciosas, estos cuentos no son románticos. Aquí no hay princesas, dragones, ni zapallos convertidos en carrozas. Sí aparece un mundo que se podría definir como pesadillesco o mágico, donde lo grave y lo grotesco ocurre. Y siempre está esa voz en off, que nos va contando un relato, que nos seduce suavemente. Ella –marcando el ritmo, el tiempo–, nos acuna igual que cuando eramos chicos, mientras los personajes van saltando por las pantallas, por las proyecciones, transformándose. El efecto es embriagador. Dicen que quien escucha un cuento cae encantado. En la exposición de León y Cociña, parece que es así.

Fuente: clarin.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario