SU BUENOS AIRES QUERIDO

Porteños.
En la obra de Claudio Larrea, los edificios “reemplazan el cuerpo del ser amado”. Buscó equilibrios, simetrías, “con ojos de enamorado”.

Bicicleta. Larrea la usó para crear. Expone en el Centro Cultural Recoleta/ Diego Waldmann
Bicicleta. Larrea la usó para crear. Expone en el Centro Cultural Recoleta/ Diego Waldmann

Hernán Firpo


¿Qué ciudad nos gusta más? ¿La del Obelisco o la Buenos Aires integrada de las redes sociales? ¿La del farolito de la calle en que nací o la de tu smartphone? ¿Ciudad porteña de mi único querer o un pasaporte de la comunidad europea?
Claudio Larrea agarró su bicicleta y sacó fotos de su propia porteñitud. Gatilló como loco.
“La fotografía digital es una droga”, dice.
Ahora, en este preciso momento, esas imágenes se están exponiendo en el Centro Cultural Recoleta. Claudio viaja y viene en bicicleta y dirige su ojo altamente refinado hacia objetivos de una metrópoli imposible de exportar. Su Buenos Aires querido, dice, también podría haber sido reflejado por Stanley Kubrick.
“No, no fijate bien, Hernán: la bicicleta sí está en la obra. Observá las circularidades retratadas y la búsqueda de equilibrio. La simetría es algo que particularmente me serena. Es como el mar: me tranquiliza, me hace sentir bien ecualizado”.
Es muy probable que Larrea haya pedaleado por la calle Larrea. Anduvo miles de kilómetros. Se había ido en el sintomático 2001 y volvió casi diez años después. Cruzó la aldea infinidad de veces y nunca se detuvo en ninguna hipervisibilidad.  Sacó alrededor de 5.000 fotos y descartó la mayoría. En su Buenos Aires secreta hay una cúpula que parece arrancada de un dibujo de Escher. Lo que dice de Kubrick viene a cuento de una distancia ascética, fugitiva. Si las perspectivas siempre dan un poco de vértigo, la simple fotografía del hall de un edificio cualquiera puede ser la antesala del infierno.
“Cuando regresé, Buenos Aires se había vuelto espantosa. Era un pop latino mal, un maxikiosco pintado con colores saturados. Yo venía de Barcelona donde la paleta de colores era más tranquila (…) Me había ido prediluviano, tras el microondas de la crisis. La sensación de regreso fue la saturación total. Esa Buenos Aires también fue retratada y el conjunto está desfigurado. Pero yo quería estar acá y entonces preferí verla con ojos de enamorado. Para no quejarme decidí empezar de nuevo y de manera más equilibrada. A mí me interesa la ciudad del orden, la de los materiales nobles, la ciudad de los artesanos que quedó como vestigio de una época de calidad”.
¿Cerrar un círculo es llegar a una meta? “Creo que la bicicleta debería formar parte de lo cotidiano, con toda la responsabilidad que eso significa. La bici no debe ser una buena posibilidad para pasar los semáforos en rojo. En Barcelona son más exigentes: hay que usar casco y no se puede andar con auriculares. Yo uso bicicleta desde los ‘80. Mi bici hindú, copia de una inglesa, una de esas bicis de paseo y con portaequipaje trasero”.
Claudio fue, volvió, probó con una Buenos Aires, no le gustó, probó con otra y terminó transformando su capital en la gigantografía de Alphaville, la película de Godard. Una sociedad del orden a la vez vanguardista y accesible. Quizás impúdicamente limpia, libre de humo y de vida humana. Tersa, frozen, escandinava.
“Hay épocas de Buenos Aires en que si mirás bien, la luz es lo más importante. La sutileza es algo que se adquiere con el tiempo”, dice. “De pronto lográs sintonizar más sutilmente y te sentís sensible”.
¿Y  dónde fue la gente?
No hay gente en mi Buenos Aires fotográfica porque considero que los edificios reemplazan el cuerpo del ser amado. Los recortes, es más, creo que son parte de ese cuerpo del ser amado.
Explicalo para principiantes.
Una medianera cualquiera pueden ser los hombros. No es que se trate de un cuerpo descuartizado: es reubicar el cuerpo del ser amado en los edificos de la ciudad.
Dijo David Byrne:
El día en que la mujer se suba a la bicicleta, el hombre la va a seguir.
El mismo Larrea acepta que las imágenes de su relevamiento urbano tienen algo del sello de ese guardián talentoso llamado Horacio Coppola: fotógrafo, argentino, discípulo de la Bauhaus.
Aclaración: si van a ver su Buenos Aires es necesario sí o sí, definitivamente, que se olviden de los conceptos patrimoniales del relato. Dicen que Larrea es un nostálgico irredento. Dicen que su trabajo es el espejo menos pensado de la ciudad autónoma y que su intención estética está bien lejos de lo decorativo. Veintiocho fotografías. Muchas en blanco y negro.
¿La obra de un misántropo?


Fuente: clarin.com

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