DE HOMBRECITOS Y OTROS DEMONIOS

Acaba de inaugurarse una gran restrospectiva de su obra en el Museo de Soissons. Antes recibió a Ñ en su refugio de Arcueil.
Un aroma a Villa Allende en un delicioso y bien cuidado jardín de Arcueil, en los suburbios del sur de París. Las hortensias, la caída del agua de la fuente, le recuerdan al pintor cordobés Antonio Seguí su provincia y especialmente, su infancia. A pesar de sus 60 años en Francia, Córdoba vive en el Maestro Seguí todos los días. Y también su relación constante con el presente argentino: es el único artista que integra el Jurado para el Concurso que elegirá al próximo director del Museo Nacional de Bellas Artes, organizado para dos meses antes de que finalice la gestión kirchnerista. La diferencia es que detrás está su otra vida: la mansión de cinco pisos donde vive y que alberga una colección precolombina y africana que Seguí comenzó a reunir en las calles polvorientas de los pueblitos de Sudamérica, y que perfeccionó en París hasta tener en su museo personal una de las más originales colecciones de arte africano del mundo.
Al fondo, “el galpón”. Un atelier luminoso y ordenado, cubierto de bastidores prolijamente acomodados y un enorme cuadro con fondo azul, en el que Antonio Seguí lleva tres días trabajando. Estuvo terminando de preparar una retrospectiva que recorre toda su obra que acaba de inaugurarse en el Arsenal del Museo de Soissons, un lugar que quiere y respeta.
“El taller no es tan fantástico, pero es un galpón donde yo trabajo, que quiero mucho. Por este lugar ha pasado mucha gente. Porque es grande, amplio. Me dio la oportunidad de poder compartirlo con muchos artistas que han pasado por París y que no tenían lugar en ese momento para trabajar tranquilos. Voilà, estamos acá”, dice Seguí, a modo de bienvenida.
–Es un atelier que tiene una larga historia. ¿Cómo llegó hasta Arcueil?
–Llegué con las llaves del atelier de Antonio Berni, que muy generosamente me lo prestó hasta que yo consiguiera algo. Trabajé en su atelier durante tres o cuatro meses, hasta que un buen día me avisó que volvía a París a trabajar. Tuve que salir a buscar rápidamente un lugar. Alguien me informó que había un depósito que se alquilaba en Arcueil, un lugar que me sonaba por dos razones: primero porque yo sabía que Berni había venido por acá a hacer paisajes al exterior, y además porque era el lugar donde había hecho toda su obra Erik Satie, por quien tengo una enorme admiración. Llegué a este lugar e inmediatamente lo alquilé y lo compartí.
–Lentamente fue progresando, y compró esta casa maravillosa, que perteneció a Raspail.
–Exactamente. Era la casa de François Raspail, un médico y político republicano muy influyente a mediados del siglo XIX. Cuando llegué la casa era compartida con mucha gente joven que se hospedada temporalmente. Luego la municipalidad quería comprarla pero no tenía los medios, entonces me la ofrecieron. Hubo que refaccionarla toda, los techos se estaban cayendo, y trabajamos cinco años para restaurarla y dejarla tal como estaba cuando la habitaba Raspail.

Todas sus series
–Se acaba de inaugurar una gran retrospectiva suya en el Museo de Soissons, en el Arsenal, a una hora de París. ¿Cuál fue el criterio de selección de las obras?
–Es una invitación que me hace el Museo de Soissons, que tiene una gran tradición y tiene un espacio en el Arsenal St-Jean-Des-Vignes. La idea era mostrar los primeros cuadros que hice cuando llegué a Francia, en el 63, hasta las obras últimas, que estoy haciendo en este momento. Ese fue el criterio. No es la primera retrospectiva que hago: en París, en el 79, hubo una con toda mi obra gráfica en el Museo de Arte Moderno de la ciudad.
–¿Han elegido una selección por períodos, por concepto? ¿Cómo ha trabajado con el curador Roussel?
–Yo siempre he trabajado por series, y he tenido la costumbre de guardar siempre algún cuadro de cada una. Aunque de algunas ya no tengo ninguno, porque un buen día llegan de algún museo y me los compran. Prefiero que estén en un museo y no tenerlos yo. Pero para esta exposición hemos podido reunir varias series y la muestra se armó sólo con cuadros que tengo en mi poder. No he pedido prestado nada a ninguna institución ni a ningún coleccionista. Y son setenta cuadros del 63 hasta hoy, casi todos de grandes dimensiones, dos por dos, tres por dos ...
–Usted es pintor, escultor, hace grabados. ¿Esta diversidad está reflejada en esta muestra?
–Son acrílicos, óleos, dos o tres esculturas. Hay objetos de una serie que hice, que se expusieron en París en el año 67, y que son relieves en madera pintada. Esas cosas también están expuestas. Que son un poco la recuperación de cuando yo era chico en Córdoba, en la época de la guerra. Yo era propietario de todos los juguetes más modernos que se hacían. Mi abuela me los compraba. Y en un momento dado, por la guerra, desaparecieron todos esos juguetes japoneses y alemanes. Aparecen en la feria los juguetes hechos en madera, pintados, que son muy divertidos y muy ingeniosos, y yo me inspiro en eso para hacer toda una serie de trabajos entre el 66 y el 68, que luego expuse en París en dos galerías, en Jeanne-Bucher y Claude Bernard. Algunos están en esta muestra.
–Usted siempre ha dicho que su obra tiene raíces en su infancia, desde los sombreritos de su abuelo y su papá, hasta los hombrecitos ...
–Yo creo que una gran parte de mi trabajo es un poco la reconstrucción histórica de mi infancia. Sí, los sombreritos ... Yo no me acuerdo haber visto a mis tíos ni a mi abuelo sin sombrero. Y me preguntan muchas veces por qué hay tan pocas mujeres en mis cuadros. Es porque en esa época la mujer estaba en la casa. Se ocupaba de la casa y no salía. Y si salía poco, es que no salía toda entera. Salía un pedazo. Y de ahí viene que me pregunten a veces “¿Por qué están de la cintura para abajo?”. Y bueno, era parte de lo que yo me acordaba de cuando era muy chico.
–¿Cómo fueron cambiando sus temas, sus materiales, sus texturas, desde el 63 hasta ahora?
–Creo que llegué acá con una pequeña experiencia. Ya había empezado a hacer mi carrera en la Argentina, y luego en México, donde hice una pintura bastante de ruptura. Llegué allá pensando que los pintores revolucionarios todavía tenían vigencia, y era lo que yo estaba buscando. Pero cuando llegué a México fue una gran desilusión, porque eran todos pintores académicos. Por supuesto, en el momento de los cambios políticos en México, ellos cumplieron un rol muy importante. Pero yo llegué a mediados de los 50 ...
–Ya habían pasado Kahlo, Rivera …
–Exacto, y lo que llegaba no me interesaba para nada. Eran los momentos en que uno pensaba que la pintura tenía que ser latinoamericana o no ser nada. Y me dije: ¿por qué no buscar una pintura que sea realmente latinoamericana, pero eliminando algunos personajes, haciendo desaparecer los indicios y la pintura con carácter político, pero muy superficial y sin ninguna carga ni poética ni política? Fue en ese momento que hice una pintura abstracta y con una coloración que, evidentemente, era latinoamericana. Con esa pintura llegué a Buenos Aires. Fui cambiando porque no tuve más necesidad de hacer una pintura no figurativa, e inmediatamente recuperé la figura. Con la carga que yo tenía de muy joven, que era el expresionismo, que fue lo que más me tocó cuando empecé a trabajar. Sobre todo el grupo de los expresionistas alemanes, como George Grosz y toda esa línea que tenía un carácter evidentemente social y muy influenciado políticamente.

Los “bichos”. Así llama Seguí a las figuras de su enorme colección de arte mumuye africano.
Los “bichos”. Así llama Seguí a las figuras de su enorme colección de arte mumuye africano.

“No puedo vivir sin estos bichos”
–Usted no sólo es pintor, sino que es un gran coleccionista de arte precolombino y africano, una faceta suya que no todo el mundo conoce. ¿Cómo empezó esa pasión suya por las piezas de América Latina y por Africa, especialmente por la cultura mumuye de Nigeria?
–Comencé en América Latina, porque cuando llegué a Perú, en los caminos cerca de Lima, vendían piezas y pedazos de tejido precolombino por nada. Cuando llegué a Ecuador y a Colombia me pasó lo mismo. Llegué a México con un pequeño cargamento, que era parte de mi pequeña colección. Y bueno, cuando uno empieza en esas cosas, no para más.
–Y ahora es uno de los grandes coleccionistas de arte africano del mundo.
–No, yo tengo una linda colección, bastante loca, de cosas que me gustan.
–Este interés por los mumuye ya ha invadido su casa –ocupa el salón, la antesala, hasta su dormitorio–. ¿Cómo es el vínculo con lo que usted llama “los bichos”?
–Es una cultura que está instalada en las montañas de Nigeria. Y recién empezaron a circular a fines de los 60. Uno de los grandes coleccionistas de esto era un amigo que ya me vendió algunas piezas. Después, dos o tres africanos que le traían cosas a él, venían primero a traérmelas a mí porque yo les pagaba mejor. Y así fui acumulando todas estas piezas. Debo tener cerca de doscientas.
–Pero además hay otras cosas. Tiene los elefantes, las máscaras. Aparentemente se usan en las ceremonias y después se tiran, ¿no?
–Pero esos son de diferentes etnias. Eso viene de Camerún. Y todavía se hacen ceremonias con esas máscaras. Son parte de los rituales. Son años de ir descubriendo, y encontrarlas en algún remate, o en alguna galería ... La colección es como los jardines, no se hacen en dos meses. Yo hace cincuenta años que vengo juntando cosas.
–Muchas de esas máscaras representan ritos funerarios fuertes. ¿No lo perturba convivir con los bichos? ¿No tuvo que exorcizar la casa, por ejemplo?
–Bueno, en una época pasaban cosas muy raras y por consejo de alguien lo tuve que hacer. Se me inundó el atelier, y no había ningún caño roto, ni pasaba nada. Y empezamos a encontrar montañitas de sal cerca de la puerta. Yo nunca creí demasiado en esas cosas, pero vino un exorcista, que era un sacerdote que está en Normandía, muy simpático. Yo tenía todas estas piezas y dije: “Uy … lo que va a decir este señor”. Y fue exactamente lo contrario. Dijo que la carga que había en la casa era perfecta, que nada de eso molestaba. Lo que molestaba era un señor que alquilaba una pieza acá todavía, y que se iba a mudar muy pronto. Y pasó así.
–Qué historia …
–Es una anécdota de hace mucho tiempo. Esto me pasó hace como treinta años …
–Entonces volvamos una vez más al presente. Usted será uno de los Jurados del Concurso para la direccion del Museo de Bellas Artes. El único artista. A pesar de que los Jurados son figuras incuestionables, ¿usted está al tanto del rechazo que despierta este concurso de último minuto, cuando pudo hacerse en estos años de gestión kirchnerista sin concursar?
–Después de que terminara su mandato el anterior director de Bellas Artes, Guillermo Alonso, el concurso para elegir a su sucesor era una cuestión pendiente. Se ha efectivizado recién en estos meses, y siempre que el procedimiento sea democrático, voy a estar de acuerdo en participar, si ello puede ser útil.
–¿Cuál quiere que sea su contribución personal a la hora de decidir quién quedará al frente del Bellas Artes durante el próximo gobierno?
–El Jurado debe poder elegir a la persona más idónea para la función, que no debe estar atada a los cambios políticos del país.

Los hombrecitos y él

–Usted habla siempre del humor, del sarcasmo en su obra. ¿Qué rol juega? ¿Usted puede pintar sin humor?
–No, pero tampoco es una cosa muy reflexionada. El humor siempre me ha salido de adentro. Es parte de pertenecer a ese lugarcito del mundo que es Córdoba. Pero creo que uno puede decir con el humor cosas mucho más serias de las que a veces tienen ese aire de trascendencia. Creo que el humor es clave para la vida y es una de las cosas que puede salvarnos de muchos horrores.
–En sus cuadros siempre aparece el hombrecito. Por todos lados. ¿Quién es el hombrecito? Uno tiene la sensación de que está ahí rígido, encuadrado, aunque esté en movimiento.
–Bueno, yo podría decir que es un elemento plástico, como podría ser un arbolito … Muchos me preguntan si el hombrecito soy yo.
–Exacto. Yo le iba a preguntar eso …
–Y yo digo, de repente también, que en cierta parte puedo ser yo. Pero no sé. Tiene mucho que ver también con la incomunicación. Cierta angustia por la vida, por el mundo … Pero con una carga de humor que te puede dejar seguir viviendo.
–Porque usted cuando pinta no se angustia. Es como una liberación.
–Para mí el trabajo es como una liberación. Es el acto cotidiano primario. Yo lo primero que hago a la mañana es poner la computadora y ver qué pasó en la Argentina. Y después me vengo acá, al taller.
–También en su obra hay algo de dibujo animado, ¿no es cierto?
–Y sí, porque hay una influencia también. Más que el dibujo animado, la tira cómica. Cuando digo que los recuerdos de mi infancia tienen un rol importante en mi trabajo, también pienso en todas las revistas que había en la Argentina y que estaban en mi casa.
Leoplan , Patoruzú , Billiken … Hay muchas cosas que hago, que las reveo y digo: “Pero esto estaba en Billiken ”. Yo nunca hago un trabajo preparatorio cuando hago un cuadro. Me gusta que siempre tenga un color de fondo. El blanco blanco me da miedo. Pero bueno, a veces lo dejo. Pero casi nunca. Hay un fondo, y sobre ese fondo trabajo.
–Ahora está pintando un cuadro con un fondo azul electrificante, extraordinario, vivo, energético …
–Es un azul cobalto.
–Exactamente, pero … Yo diría que es un fondo feliz, Seguí.
–¿Sí? Bueno…
-¿Usted está feliz? ¿Es muy importante el estado de ánimo cuando pinta?
–Y … sí. Por sobre todo, salen cosas distintas de acuerdo a los estados de ánimo de cada uno. No sé, yo llego acá y, cuando entro a mi taller, empiezo a respirar. Siempre ha sido así.



Pinceladas cordobesas en las afueras de París


Retrospectiva. Setenta obras de Antonio Seguí, que van desde los años 60 hasta la actualidad, ocupan los dos enormes salones del Museo de Soissons.

Roussel dice que Seguí es un gran artista francés y muy cercano a Soissons, un pueblo encantador destruido durante la Gran Guerra de 1914, y mucho antes, durante la Revolución Francesa en el siglo XVIII, a tal punto que de la bellísima abadía de Saint Jean sólo quedó la fachada en pie, gracias a la intervención de destacados escritores de su tiempo, entre otros Víctor Hugo, que impidieron que la borraran de la faz de la tierra. El resto de la piedra de la abadía se convirtió en paredes de casas de los revolucionarios.
La retrospectiva está curada por Roussel y Clelia Taricco, durante años curadora en el Centro Recoleta, la persona más cercana al artista y la que conoce en profundidad su vida personal. En diálogo con Ñ, en su histórica casona de tres plantas y dos subsuelos ubicada en un pueblo cercano a París, Clelia dice: “Decidimos que el hilo curatorial fuera cronológico. Las rupturas no son abruptas. Hay una continuidad en su obra. Pero como Antonio trabaja en series, se fueron armando núcleos temáticos”.
La recorrida por la exhibición que ocupa dos plantas de inmensas dimensiones, divididas en paneles que agrupan la obra por períodos desde los años 60 hasta hoy, permite apreciar que la preocupación de Seguí en relación con el hombre adquiere hondura y agudiza la crítica a medida que su producción madura. La última obra de las 70 expuestas llega hasta 2014. La producción de 2015 quedó fuera La voz de Seguí introduce al visitante en el quid de su obra: “La pintura es el más genuino espacio de libertad. Sin ella yo no podría ni pintar ni vivir. Arte, libertad y ética son palabras que encajan entre sí. El arte es una moral de la vida en una mayor libertad. Y como un buen argentino con añoranzas a cuestas, la primera pintura de la exposición es Villa del Lago, Córdoba , de 1969.
"Te fuiste sin que nos diéramos cuenta” (1977), uno de los cuadros de la serie sobre Gardel que integran la muestra. “Nunca pinté el tango. Pinté un personaje. A mí Gardel siempre me pareció un tipo sensacional, un ser fuera de serie. Y su vida y su fin y su muerte y todo forman parte de una historia. La desmitificación del personaje fue una buena excusa para hacer una serie”, explica Antonio Seguí.
"Te fuiste sin que nos diéramos cuenta” (1977), uno de los cuadros de la serie sobre Gardel que integran la muestra. “Nunca pinté el tango. Pinté un personaje. A mí Gardel siempre me pareció un tipo sensacional, un ser fuera de serie. Y su vida y su fin y su muerte y todo forman parte de una historia. La desmitificación del personaje fue una buena excusa para hacer una serie”, explica Antonio Seguí.

Las obsesiones del creador
Esta exhibición es un homenaje que emociona a Seguí. En 2014 se montó otra retrospectiva en Split, Croacia, y en 2007 había sido una doble en el Centro Cultural Recoleta y el Centro Cultural Borges, en Buenos Aires. Un poco antes, en 2004, Atenas lo había recibido con los brazos abiertos. Ese mismo año, una retrospectiva de sus trabajos en papel, que rebasan un cajón de un amplio mueble en su casa, fue montada en el Centro Pompidou.
Si bien lleva un tiempo sin exponer en Francia, y su más vasta retrospectiva en París data de finales de los años 70, la obra de Seguí se ha movido sin pausa por toda Europa, a través de galerías y museos, y su obra se cotiza en miles de euros.
Pintura, óleo, carbón, papel de diario, cortes de madera dan forma a su técnica tan característica. Del hombrecito solo y con sombrero hasta las multitudes ruidosas, desde los años 70 a la actualidad, sus personajes parecen tener vida propia en una obra creada a lo largo de más de medio siglo, donde el humor y su mirada en perspectiva son parte inescindible de sus trabajos. Así se reconoce en el diario de la exposición.
Como parte de la muestra del Arsenal, antiguo predio del Ejército francés que Roussel hizo restaurar y acondicionar como espacio de exhibición hace 20 años, hay un documental en video para acercarse al atelier del maestro, observar su colección de arte africano y escuchar de boca propia sus conceptos sobre el arte contemporáneo. Y una vitrina con libros sobre él y su obra. Artistas franceses, húngaros y otros argentinos como Pablo Reinoso y Leopoldo Torres Agüero también tuvieron sus exhibiciones en el Arsenal de Soissons.
La exposición, que es también un reconocimiento afectuoso a Seguí, recoge la complejidad de la obra del artista argentino-francés, su extenso trabajo en las series y, debajo del humor made in Córdoba, el sentido de la pintura con mayúsculas. Los textos de la muestra son de Daniel Abadie, especialista en la obra de Seguí, ex curador del Museo Nacional de Arte Moderno y director del Museo Jeu de Paume de París. Es autor de la primera biografía de Antonio Seguí.
La contemporaneidad del maestro está en sus obsesiones y en los personajes que su obra retrata, de inserción real en la sociedad actual. Los argentinos podemos reconocernos en algunos de ellos. Desde el teatro social de sus inicios a la representación de la sociedad de consumo, Seguí fue descubriendo una forma propia de expresión que queda materializada en la selección de obras expuestas en Soissons.
Desde hace cinco años la serie de multitudes en colores más saturados le confieren a su trabajo una dimensión diferente. Trabajados en caballete de abajo hacia arriba o del centro hacia arriba, según el artista trabaje sentado o de pie, los personajes de esas muchedumbres son parecidos pero diferentes. Dice Daniel Abadie, en el diario de la muestra, que Fernando Pessoa inventó sus dobles con distintas identidades ficticias, pero todos fueron su portavoz y co-autores de su obra. En igual sentido, Antonio Seguí crea personajes parecidos pero diferentes en cada nueva obra, pero todos ellos son parte de un cuerpo único de su pintura.



Antonio Seguí básico

Córdoba, 1934. Pintor, escultor, grabador.


A los 19 años viajó a Europa y estudió Bellas Artes en París. Luego de vivir tres años en Buenos Aires, en 1964 se radicó definitivamente en Francia. Sus pequeños personajes, múltiples universales y anónimos, representan una humanidad encerrada en el absurdo de su existencia. En 1984, Antonio Seguí representó a la Argentina en la Bienal de Venecia. En 1989 obtuvo el Premio Di Tella a las Artes Visuales y en 1990 fue el primer artista vivo en exponer en el Museo Nacional de Bellas Artes.


Fuente: Revista Ñ Clarín

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